¿Que qué es lo más atractivo de una Feria de Libros? Me preguntan, con reiteración, tras analizarme detalladamente las fundas con libros que cuelgan de mis manos. Todo, respondo sin pensármelo. Y no, no es la mera excusa de un comprador desmedido y adicto al papel. Porque cuando respondo TODO quiero decir que al asistir, revisar, explorar, y adquirir nuevos títulos soy parte de esa globalización comprimida en un espacio, reducida a una selección (quizás menor a la que uno quisiera encontrar) de nombres y títulos en los que ha pensado con reiteración, de los que conoce breves referencias a través de redes sociales o revistas especializadas, con los que inicia una conversación, con los que quisiera desvelarse en noches infestadas de gatos maulladores.
Y es que la verdad hay que dejarse de rodeos: soy un lector, uno que enloquece ante un título que ha buscado con añoranza; pero también un lector que no se deja apabullar por la oferta; un lector que prefiere andar siempre alerta en la selva de nombres y obras, de volumen y acabado, de sellos y cartoneras; un lector que sabe sortear el glamour y las novedades pasajeras (que tras la publicidad no son más que un momento para incautos, aunque haya sus excepciones); un lector que ha sabido reconocer los “precios y horas locas” de los expositores.
¿Qué nos ofrecen las Ferias Internacionales de libros?
Obras inmortales, novedades y autores. Explico, uno como lector (uno responsable con lo que lee) siempre irá de stand en stand por uno o varios títulos específicos, aquellas obras por las que guarda un interés, por las que en algún momento se dejó cautivar y sabe, como lector que se considera, que debe conseguir un ejemplar para entregarse a la relectura; pero en este mar de papel existen también las novedades, donde los banners, afiches y todo recurso publicitario nos muestran a autores de momento, quizás a obras que dentro del mercado editorial demandan millones de lectores (y ojo que no siempre estas novedades resultan descartables, siempre aparece alguna sorpresa con la que uno sigue enganchado); por último están los autores: los responsables de escribir las historias que nos atraparon, y los mismos que en presentaciones de sus últimos títulos o conversatorios, nos suelen aclarar muchas de nuestras interrogantes.
Y es que la verdad hay que dejarse de rodeos: soy un lector, uno que enloquece ante un título que ha buscado con añoranza; pero también un lector que no se deja apabullar por la oferta; un lector que prefiere andar siempre alerta en la selva de nombres y obras, de volumen y acabado, de sellos y cartoneras; un lector que sabe sortear el glamour y las novedades pasajeras (que tras la publicidad no son más que un momento para incautos, aunque haya sus excepciones); un lector que ha sabido reconocer los “precios y horas locas” de los expositores.
¿Qué nos ofrecen las Ferias Internacionales de libros?
Obras inmortales, novedades y autores. Explico, uno como lector (uno responsable con lo que lee) siempre irá de stand en stand por uno o varios títulos específicos, aquellas obras por las que guarda un interés, por las que en algún momento se dejó cautivar y sabe, como lector que se considera, que debe conseguir un ejemplar para entregarse a la relectura; pero en este mar de papel existen también las novedades, donde los banners, afiches y todo recurso publicitario nos muestran a autores de momento, quizás a obras que dentro del mercado editorial demandan millones de lectores (y ojo que no siempre estas novedades resultan descartables, siempre aparece alguna sorpresa con la que uno sigue enganchado); por último están los autores: los responsables de escribir las historias que nos atraparon, y los mismos que en presentaciones de sus últimos títulos o conversatorios, nos suelen aclarar muchas de nuestras interrogantes.
¡Promociona, o pierde!
¿Qué sería de una feria de libros si sus expositores no ofrecieran promociones y rebajas a sus lectores? Pues una pérdida total. Porque lo acertado de estas ferias es que sus expositores conozcan bien cómo se mueven sus lectores, cómo hacerles llegar sus novedades, cómo ofrecerles incentivos (un concurso para acceder a un bono económico en libros siempre vendrá bien) para cautivarlos y motivarlos a la adquisición de más ejemplares (los descuentos del 30% y 50% siempre serán la mejor forma de atraer masas hambrientas de lectura). Todo esto parte esencial de una feria cuya materia a comercializar es un bien intelectual.
El lector expositor
Tal vez se estén preguntando ¿Cómo puede escribir con tanta convicción? la verdad es que además de ser un lector apasionado, desde hace algunos años soy parte de una editorial, por lo tanto la experiencia, después de asistir por varias ocasiones a una feria de libros, está presente.
Conocer a los lectores, hacerles llegar una obra, darle un precio rebajado, respetar sus juicios de valores (no siempre alguien interesado en una obra de Eloy Alfaro termina coincidiendo con la postura del autor) informarle de cómo hacernos llegar su manuscrito (en el caso específico de autores interesados en publicar con nuestro sello) entregar ejemplares a escritores nacionales e internacionales (como parte de la promoción que posteriormente producirá comentarios y análisis en distintos espacios informativos) sondear qué autores y novedades están apareciendo en el país, entre otras actividades, son parte rutinaria en el proceso de asistir y convivir en una feria de libros.
FIL’Q 2011
Recientemente la IV Feria Internacional del Libro Quito 2011, FIL’Q 2011, ha sido la última de las ferias del año donde he participado. Dos semanas de intensa actividad literaria, donde se agrupó a editoriales transnacionales, universitarias, independientes, cartoneras, autores-editores; librerías y distribuidores.
Transitar durante dos semanas dentro de una feria de libros, enseña a reconocer muchas cosas. No en vano se pasan horas y horas de stand en stand, revisando títulos, buscando nombres, analizando la atención, la entrega de los expositores por ofertar su producción, preguntando y repreguntando por las rarezas que uno infatigablemente se propuso hallar a costa, incluso, del olvido del librero.
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