martes, 10 de febrero de 2009

Paternidad y poesía



Te confieso, padre, que en ese lugar habita el poema que nunca escribiremos.

Augusto Rodríguez


No recuerdo mucho de él en mi niñez, y lo que guardo de mi adolescencia son escenas prohibidas para la felicidad (los divorcios pueden ser más dañinos de lo que se dice).

Ambos fallamos en el amor padre e hijo. Pero de todo esto ya casi quince años, el dolor desaparece y la vida sigue.

Ahora que además de hijo soy padre, los veo a los dos, pero no me veo a mí entre sus brazos. Sino mi rostro en el suyo y mi hijo repitiendo papá hasta dormirse.

Fue después de dar con un poema fechado en los setenta que comprendí la deuda con él. Con el anhelo jamás desarrollado. Quizás no sean gratuitos los poemas donde él es mi personaje preferido y sombrío.


EL REGRESO A CASA DE MI PADRE

Volvió para asegurarse

que la felicidad continuara

escondida bajo la almohada,

sobre el chaide y chaide,

en los rincones maltratados

de la esponja sudorosa.

Afuera el tiempo se desgaja

y sé que estalló al final

de la sinfonía destructiva,

con las manos manchadas

decorando cada grano comprimido

de asfalto.

Donde cunden las sirenas

fue la fiesta nauseabunda

que negó

y reconvirtió

al cerrar la puerta.


TARDE DE DOMINGO

Bajo el marco de la puerta

es una esponja húmeda

que se escurre:

“Lo que nos diferencia

es que tienes a tu hijo

mientras que yo

perdí a los míos”,

dice mi padre.

Desearía cerrar la puerta

junto con las otras

que las polillas

no han podido clausurar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Exquisito. Extraño y exquisito.
Como esos platos exóticos.