Te confieso, padre, que en ese lugar habita el poema que nunca escribiremos.
Augusto Rodríguez
No recuerdo mucho de él en mi niñez, y lo que guardo de mi adolescencia son escenas prohibidas para la felicidad (los divorcios pueden ser más dañinos de lo que se dice).
Ambos fallamos en el amor padre e hijo. Pero de todo esto ya casi quince años, el dolor desaparece y la vida sigue.
Ahora que además de hijo soy padre, los veo a los dos, pero no me veo a mí entre sus brazos. Sino mi rostro en el suyo y mi hijo repitiendo papá hasta dormirse.
Fue después de dar con un poema fechado en los setenta que comprendí la deuda con él. Con el anhelo jamás desarrollado. Quizás no sean gratuitos los poemas donde él es mi personaje preferido y sombrío.
EL REGRESO A CASA DE MI PADRE
Volvió para asegurarse
que la felicidad continuara
escondida bajo la almohada,
sobre el chaide y chaide,
en los rincones maltratados
de la esponja sudorosa.
Afuera el tiempo se desgaja
y sé que estalló al final
de la sinfonía destructiva,
con las manos manchadas
decorando cada grano comprimido
de asfalto.
Donde cunden las sirenas
fue la fiesta nauseabunda
que negó
y reconvirtió
al cerrar la puerta.
TARDE DE DOMINGO
Bajo el marco de la puerta
es una esponja húmeda
que se escurre:
“Lo que nos diferencia
es que tienes a tu hijo
mientras que yo
perdí a los míos”,
dice mi padre.
Desearía cerrar la puerta
junto con las otras
que las polillas
no han podido clausurar.
1 comentario:
Exquisito. Extraño y exquisito.
Como esos platos exóticos.
Publicar un comentario