El
fracaso, casi siempre, llega de forma inesperada; una sorpresa para arruinar
cada burbuja individual. De ahí la exposición a la realidad y sus encrucijadas.
Porque tocar fondo es también perder la vergüenza para solicitar ayuda a
quienes menos se esperaría acudir.
Y
Mikey Saber es un fracasado. Poco interesa su historia como actor porno desempleado,
las anécdotas con sus coestrellas, las horas de grabación, las escenas desarrolladas
y los premios logrados. Lo que en verdad interesa es reconocer en él la
representación del fracaso y su anhelo de extensión de su ruina.
Esta
extensión decae en Strawberry, la joven (y aún menor de edad) que conoció en la
tienda de donas. La joven que ha enamorado y que intenta integrar al mundo del
porno, porque tiene “talento”, porque no se cohíbe ante la cámara, porque el
amor que siente ella por él parece capaz y perfecto para decidirla a hacer
carrera en este negocio.
Hay un individualismo corrosivo en el decir y actuar de Mikey, uno que va delatando a un tipo con poco o cero escrúpulos para entender el amor. Ese sentimiento que parece no conocer o que extirpó hace mucho en su vida, porque el sexo lo es todo: los cuerpos, sus acciones, la posibilidad del entretenimiento constante. Porque el sexo paga las facturas, el amor solo representa gasto.
Todo esto es Red Rocket (2021, Sean Baker). Un drama absurdo como la vida. Fragmentos de una vida condenada al fracaso. Con un actor porno dando tumbos en su propia desdicha.
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