Matar a Jesús (2017, Laura
Mora) podría ser otra película más abordando el tema del sicariato en Colombia,
un nuevo retrato de la violencia urbana latinoamericana, de la marginalidad en
todo su esplendor, del lenguaje y la cultura como recursos para establecer
diferencias entre los estratos sociales de los habitantes.
Sin embargo, la
historia refuerza un tema: los sicarios son carne de cañón, simples instrumentos
(reemplazables a cada momento) de un poder invisible y dar con culpables es una
misión imposible; nadie responde, nadie reconoce de dónde vino la orden de
eliminación.
Matar a Jesús bien se pudo
filmar y desarrollar en Ecuador (tal vez en Manabí, quizás en Manta y sus
cantones aledaños), porque el modo de operación de los sicarios es similar: el
recurso de las motocicletas como vehículos livianos para el escape -o toda la
simbología de poder de dominación de una bestia mecánica-; por los barrios periféricos
y su paisaje descolorido; por esas dos realidades que habitan en una misma
ciudad.
La frustración de
la protagonista, y su contemplar, desde el margen, de la ciudad que engulle y
desaparece cuerpos a cada momento, es la parte más simbólica del film. Ahí, en
esa escena, se comprime la imposibilidad de combatir a ese monstruo invencible
que es la violencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario