miércoles, 4 de abril de 2018

La fiesta convidada

Portada del libro La fiesta del fracaso. Foto de Joselo Márquez.

Un editor debe ser un radar y una esponja de su tiempo...
Jordi Nadal, Libros o velocidad

Uno
He leído manuscritos desesperantes. Bodrios que intentaron ser poesía o relatos. Novelas con introducciones explicativas de la trama (como si el lector fuera un retardado al que se debiera explicar todo). Falsos ensayos recargados de simples opiniones. Oraciones y párrafos acumulados como leña vieja. Montones de páginas que pudieron comprimirse en una sola, y aun así editarse hasta dejarlas con menos caracteres.  

Siempre que alguien, desde el otro lado del espacio virtual, me asegura que es un genio inédito, sospecho del texto que me suele adjuntar después. Textos que significan horas y horas de lectura para confirmar lo que muchas veces el sentido común me grita: que no se puede, que es imposible editar lo no editable. Que a veces es mejor ser cruel con muchos de estos autores. Que la verdad duele, la verdad de un solo individuo, que puede ser al final de cuentas, una vil mentira.    

Pero he gozado de extrema paciencia. He derrochado paciencia para el trabajo de lector. Una paciencia que a veces asombra. Una paciencia que debería premiarse. Una paciencia increíble para muchos. Una paciencia que solo flaquea en mi interior, donde la ira cobra formas repudiables.     

Ignacio Loor Vera, autor de La fiesta del fracaso. Foto de Joselo Márquez. 



Dos
Los textos que termino subrayando. Los que aparecen mientras bebo cerveza y converso con alguien de libros y futuros libros. Los que, como lector, me gustaría ver en mi biblioteca, son aquellos textos por los que termino encantándome, por los que digo sí, por los que me lanzo de cabeza y apuesto por ellos.

Todos esos textos me acompañan por algún tiempo. A ellos me entrego con paciencia y esmero. A ellos dedico las horas que debería entregar a mi familia. A ellos repaso en sueños. En ellos pienso más de lo debido.

Entonces uno, dos, y hasta tres borradores del mismo texto, absorben mi tiempo de lectura (uno que me gustaría entregar a libros por entretenimiento o la contemplación exagerada de series que no alcanzo a consumir como un verdadero fan). Y soy testigo de una transformación constante, hasta reconocer que todo cuanto se ha realizado sobre el texto significa algo, ese algo que es un todo para un individuo que sueña demás.    

Tres
Luego del primer encuentro que tuve con el borrador de La fiesta del fracaso supe que estaba ante un texto que interrumpiría mis sueños, que se entrometería en varios de mis asuntos pendientes, que sus personajes no me dejarían tranquilo por un largo tiempo.

Han pasado algunos meses desde que me reuní con su autor. Varios meses en lo que emití el primer juicio de valor respecto a las nueve historias. Semanas desde que comenté lo mucho que terminé enganchado con algunos de los personajes: recorriendo junto a ellos la ciudad, una Manta sombría, opacada por la desidia; una urbe donde se vive y se muere desde las entrañas; una ciudad que potencia el caos que late con desesperación en cada una de las voces.

Historias donde el amor, el sexo, la cotidianidad, la violencia y la desesperanza son los temas recurrentes. Donde personajes que anhelan ser escritores avanzan hacia un presente desalentador. Donde la sombra de un padre trasmuta en varias vidas, ya como drogadicto o como millonario-político indiferente.   

Hoy contemplo el libro La fiesta del fracaso y sé que cada hora invertida, cada relectura y cada conversación sobre la obra, es la confirmación de que un sí bien fundamentado puede ser una buena decisión.   

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