¿Qué hace de una película interesante dentro de la filmografía de su país? Distintos elementos: la trayectoria de su director, de sus guionistas, sus actores, el equipo de producción, los premios alcanzados... Esto ocurre con Pescador (2012) el reciente filme de Sebastián Cordero. Una intensa película donde su protagonista reafirma una idea: los perdedores también pueden reconocerse como tales y proseguir.
Un Ecuador marginal
Ratas, ratones, rateros y Crónicas, las dos películas rodadas en el país por Cordero, tienen un enlace con Pescador: todas transitan por el mismo espacio geográfico marginal, sean los suburbios de Guayaquil, las barriadas quiteñas o aquellos pueblos diminutos de Manabí, como El Matal.
En este contexto, donde la pobreza y sus códigos de sobrevivencia imperan, no es difícil reconocer en el protagonista, Blanquito (Andrés Crespo), al sujeto contrario, el enemigo implícito que busca ese algo que lo vuelva más diferente y lo reconozca como lo que siempre ha sido en su vida y en su espacio: un extraño. Un bastardo de alcurnia, un “blanquito” dentro de un pueblo de cholos pescadores que minimizan su condición de distinto.
Droga, colombiana, ricachones
Existe en Pescador un abuso de clichés relacionados al narcotráfico, por ello no es extraño que la coprotagonista, Lorna (María Cecilia Sánchez) sea una colombiana, que su machuchín y compradores de drogas sean ricachones, que aquel chofer-guardaespaldas-matón tenga la gracia y pinta de un asesino a sueldo… pero esta apreciación se confronta con una contradicción: vivimos en un país de clichés, de sicarios, narcos y drogos tal y como aparecen en el film: delatados en su andar, en su vestir, en su habla, en cada uno de los símbolos que los acompañan.
Blanquito, al límite de la decepción
A Blanquito no le importa nada, quiere salir de su pueblo, quiere vivir, encontrar el amor, llegar al límite de todo aquello que desconoce (lujos, vicios, traiciones…) pero no lo consigue, se enfrenta ante un sendero que a cada paso se alarga y oscurece, que va pudriéndose con la intensión de sacarlo.
Entonces la droga es la excusa perfecta para su plan, un plan a corto plazo, con pocas posibilidades, como para hacer que el sueño se prolongue brevemente.
Pero Blanquito es un perdedor, está en su naturaleza. Es un derrotista que en el fondo busca negarse como tal. Es un iluso que añora un pasado y raíces que lo niegan. Es un pelafustán que intenta alcanzar una cima, pero que va en dirección contraria, dando tumbos en una urbe que lo engulle, mastica y escupe.
Fuguet es mi pastor
Para quienes hemos seguido la trayectoria literaria de Juan Fernando Andrade (coguionista) no nos es indiferente la influencia de Alberto Fuguet en su obra, una influencia que deja entreverse en Pescador, principalmente en Blanquito, aquel personaje derrotista que no encuentra su norte, el perdedor hipócrita que intenta algo más allá de su designio.
¿Algo erróneo en Andrade? No, es un estilo, una marca que se ha personalizado dentro del país, que se reconoce y envuelve, y esos puntos son precisos para que el personaje funcione en el film.
Pescador
Que Blanquito haya dejado a su madre, sus amigos, su “novia” y ese pueblo al que le era indiferente. Que se haya alejado de Lorna, su chulo y guardaespaldas, es una constatación de su derrotero, de su carga individualista, que no es asumida con pena, sino como el hecho mismo del éxito, de un éxito que desde el principio representó una travesía de dolor. Y él, a quien poco le importan los maltratos de la carne, está dispuesto a asumirlo.
Así Pescador, ese imaginario que parte de un punto real y que minuto a minuto nos va internando en una historia exagerada, va más allá del simple detonante del mar obsequiándole a pescadores ladrillos con droga, va más allá del retrato rural de un pueblo que llega a prosperar (tal y como se entiende a la prosperidad desde la pobreza: fiestas y trago) va más allá de Lorna y su tragedia común. De la búsqueda de clientes para deshacerse de la coca. Pescador es la soledad y el misterio, el desconocimiento total, la aventura a riesgo de todo, que representa Blanquito, y ese es el valor justificado de esta película.
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