lunes, 21 de noviembre de 2011

La urbanidad silenciosa



La urbe ideal es una pesadilla acelerada, donde la gente corre, insiste, vocifera, pero contrariamente no habla, no aporta, no construye dentro de ese engranaje demencial llamado sociedad. No, la gente es un combo destructivo que avanza por las calles, que se estanca en autobuses, que se amontona en aulas de clases, que infecta cada vez los espacios sagrados del silencio.

Por eso cuando Santiago Quelal, el individuo, ciudadano y poeta, escribe La gente no habla, lo hace con la firme convicción de denunciar a aquella urbe contaminada, que lo arrincona y enfurece:

No. La gente está hipnotizada
amaestrada para vincularse
dentro del átomo social.
(La energía solar en tu índice)

La voz poética se ensimisma y odia el sistema contrario que lo circunda y apabulla, por eso delata, juzga y ataca el ruido clandestino que persiste desde las tribunas intocables:

El profesor habla tres horas
y cuando sale a la calle es la misma cosa

y hablan de educación mientras veo que
la gente no habla.
(La gente no habla)

Desconsolado y altanero, este poemario estruja en cada verso el silencio adoptado a la fuerza, herencia irreprochable para sobrellevar los días, para soportar un nuevo recorrido, para saberse que es el punto rallado, quizás dañado desde su centro emotivo y creyente de un engaño pasado (la adolescencia y sus jugarretas idealistas) que fuera de la fila reconoce lo real:

No estamos preparados para hablar
nuestros ojos no ven la oscuridad
el cerebro es reptil, necesita
sangre-comida y creer que existe
algo fuera de nosotros.
(¿Hemos nacido?)

La gente:
Ama tanto a muchas personas, animales y cosas.
Sabe a chupete de fresa con sal.
No habla, pero pide la palabra.
(La gente pide la palabra)


En el fondo el poeta es el único que habla, y habla por sus temores y desesperanza. Habla por los que dejaron su voz enclenque sepultada en trivialidades. Habla porque sus gritos no fueron suficientes para contener su ira. En el transcurso de esta ira, fluyen los tormentos de la realidad, los que detesta:

Nadie sabe dónde están
sus amigos.
Parece que
nadie habla con desconocidos.
El miedo de esta sociedad es más
fuerte que
ser una persona completa.
(Poeta en autobús)

En La gente no habla la propuesta implícita y descabellada es la añoranza por la ciudad apacible, aquella donde sus habitantes hubieran perecido de una plaga, donde los roedores se pasearan sin temor a ser envenenados o aplastados, donde la vida fuera parte de una historia y los vestigios se encontraran en los distintos espacios gobernados. La ciudad apacible, entonces, sería un fotograma cliché vinculado a la desolación, y en medio de esta desolación un testimonio y su verdad.

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