lunes, 17 de octubre de 2011

Los refugios de un cuerpo

Salimos de un cuerpo y nos aferramos a otros: el nuestro, el vital, el que mantenemos a toda costa salvaguardado de nuestros pensamientos oscuros, aquellos que piden sangre, que ruegan un espacio silencioso en un nicho. Pero también en el proceso de velar por nuestra carne nos vamos refugiando en cuerpos ajenos: los amados, los protectores, los odiantes; aquellos cuerpos imaginarios que perduran desde nuestra infancia.

En Voy hacia mi cuerpo (Letra en llamas, 2010) Augusto Rodríguez, continúa ahondando en la decrepitud no solo física sino emotiva. Poesía del sufrimiento, contrariamente escrita no con el corazón y más bien brotada de un dolor más allá de toda piel, agarrada en los poros, danzando en un frenesí interior que implora un cese.

Respiro libre
de la jaula de mi cuerpo
(p. 13)

Mi tiempo es
un rompecabezas inexistente

(p. 15)

Saboreo
la derrota de mi cuerpo

(p. 16)

Mi cabeza sueña
mientras se incendia
(p. 17)

El cuerpo como presidio, el cuerpo como materia a la deriva, pero también el cuerpo como resistencia, una radical y bulliciosa marcha contra la muerte. Y es que en esta poesía, en estos micro poemas, Rodríguez vuelve a sus muertos, a sus recuerdos, a sus espacios no rellenos en totalidad:

Soy un hombre
que se pierde en la piel
de otros cuerpos
El amor nos destroza
en carne viva
Canto de niños
que no entendieron
el idioma del río
y que repiten en voz alta
la historia de sus muertos.

(p. 20)

Alguien ha muerto
en el lado más débil de mi cuerpo
no reconozco
su nombre ni su voz.

(p. 22)

Mi cuerpo
no es una carne sin aliento
son los huesos de los amantes
el dolor de los desposeídos
los fantasmas de la infancia

(p. 33)

Sus versos son un manifiesto contrario al ciclo vital, un reproche insistente contra la enfermedad que es la vida. El cuerpo, los cuerpos, excusas necesarias para que la voz lírica sostenga su discurso de principio a fin.

No hay comentarios: