lunes, 11 de julio de 2011

400 golpes tras la pared



Es sábado, los amigos se han ido sin mí, nada de vida social, nada de adicciones desarrolladas, la ciudad me apabulla y quizás sea mejor así. Dos cuadras, muchos pasos, la puerta del hotel, las escaleras, mi cuarto. Son las diez de la noche, la ciudad grita desde su naturaleza slavaje, las sirenas recogen los trozos sin diversión. Escucho pasos, voces y gritos. Acaban de ocupar la habitación 20, escucho el aire acondicionado, la tele en el programa menos interesante, basta con que sea el programa bulloso, que solape los sonidos del amor.





Cuatrocientos golpes tras la pared, la habitación es una cazería, la presa se resiste pero sucumbe, entonces sus jadeos son los jadeos de la entrega infinita, testimonian las paredes, las paredes lo soportan desde hace años, veo las mías y también lo han hecho, el amor manchando con sus pequeños riachuelos de vida.



Cuatrocientos golpes y dos cuerpos, quizás los mismos cuerpos amándose de los que me cuenta Roy Siguenza en su poemario, manchando las sábanas, atragantándose uno al otro; esos cuerpos con variante de géneros; esos cuerpos mutilándose sobre un colchón que ha soportado cuerpos similares; esos cuerpos gritándose injurias (porque el amor es un ataque que busca apaciguarse); esos cuerpos que mantienen en vilo al habitante del cuarto 19; esos cuerpos que han dicho sus nombres y se han callados porque el rito logró explotar.






La ducha suena, luego silencio y más silencio, después la puerta los devuelve a sus vidas cotidianas, donde quizás se odien, donde tal vez terminarán de conocerse.






Espero media hora, salgo tras sus huellas, veo su cama, idéntica a la mía pero sin los rastros de la dicha. 400 cuerpos, quizás el mejor tributo que puedo hacerles en el olvido.

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