miércoles, 17 de diciembre de 2008

Poesía y violencia urbana: excusas para una poética



La realidad ha sido y será siempre la materia prima a la que el poeta se aferrará para construir sus versos. Por lo tanto ningún tema es original, sin embargo el cómo se diga siempre será la particularidad de cada autor.

En este plano la violencia, como materia a explotar, es una fuente de múltiples matices que cada vez es renovada por la originalidad brutal y sanguinaria con la que se manifiesta: decapitados, ahorcados, empalados, quemados, degollados, descuartizados, acribillados, descerebrados, mutilados, y un largo etcétera acompañado de otras manifestaciones no tan escandalosas como: robos, violaciones, golpes e insultos.

Cada generación intenta retratar su realidad, aquel momento existencial que lo rodea. La violencia es nuestra actualidad y cotidianidad. Ya en otras décadas nuestros mismos poetas ecuatorianos han escrito de ella, sea como víctimas o victimarios, atacándola o alabándola. Por tanto lo que planteo no es nuevo, pero sí los recursos que la violencia ha adquirido, aquellos grados de extremismo dañino y de los cuales el poeta se vale para crear.

Y es que la muerte además de ser el cese de la vida, es también uno de los temas eternos al cual la literatura -y en nuestro caso la poesía- ha encontrado el canal idóneo para manifestarse y trasmitirse. Nadie dijo que la muerte sea un tema que encante, porque una mayoría de escritores buscan propagar vida, bienestar familiar, paz y armonía dentro de las sociedades. Nadie dijo que escribir sobre la violencia libre al autor y a su entorno de esta, mentira, la poesía no es ninguna ley que deba acatarse. Somos solo poetas escribiendo de temas específicos y tratamos de hacer de estos una poética que nos identifique.

Las urbes

Somos, en una considerable parte, poetas citadinos, las ciudades nos acogen, habitamos, transitamos, vivimos, nos reproducimos y morimos en ellas. Cada barrio, calle, mercado, centro comercial, parque, cantina, prostíbulo, discoteca, cementerio, morgue, escuela, colegio y universidad nos remiten a ella. Pertenecemos a su turbulencia. Nos inspira su excentricidad sanguinaria, alabamos la desgracias que diariamente regurgitan los medios de comunicación.

Y así como nos pertenece -porque habitamos en ellas- cada característica física, también nos pertenece cada manifestación grotesca de sus prostitutas, borrachos, suicidas, y criminales. Todos son la realidad urbanística: esbozos de versos deformados por el hambre, la droga y la locura.

Somos víctimas y testigos atrapados en un laberinto. Nos acogemos al miedo no como evasión si no como advertencia. Porque cada calle y callejón, motel y carro, son reductos para la criminalidad.

¿Compromiso social del poeta?

Lo que siempre se ha querido del poeta es que exista una responsabilidad social en su obra. Nada más absurdo, no existe tal compromiso, por lo menos ahora no. Nadie pretende cambiar el mundo mediante sus versos, nadie aspira a transformar la realidad que se descuaja a cada instante, pocos sueñan en un mundo mejor y solo esperan a que no empeore el actual. Somos egoístas e individualistas -esa es, ha sido y continuará siendo la realidad que nos compete- “inspirándonos” de la insana concentración de la urbe. Porque si pretendiésemos hacer algo por la sociedad no escribiríamos poesía, seríamos policías, voluntarios de bomberos o Cruz roja, y en el peor de los casos abogados y políticos.

La violencia como poesía

¿Por qué y para qué escribir en torno a la violencia? ¿de qué nos liberamos al tratar esta temática en la poesía? Es bien sabido que la poesía no es ninguna terapia liberadora, es arte debidamente concebido y trabajado. No es mera transcripción de sucesos, es una transformación total de cuanto gire en torno al poeta.

La realidad es poesía sin filtro. Nuestro objetivo: depurar cada trastorno brutal y convertirlo en adorno metafórico capaz de injertar belleza a los pedazos de carne y cuerpos dispersos que constantemente nos recuerdan el nicho caótico al que pertenecemos.

Somos poetas que hemos vuelto a la violencia un tema más al cual trabajar. Y si escribimos alrededor de esta no es porque se pretenda vanagloriar cada suceso atroz que acontece, se lo hace para recordarnos la hecatombe en la que estamos atrapados y también para advertir al lector que se haya en nuestra misma situación.

Somos víctimas, al igual que el resto de ciudadanos, pero diferenciados porque nosotros escribimos de esta violencia que nos persigue, delatamos sus síntomas, su carnicería, sus alegatos insulsos, sus no excusas para acabarnos.

Hacia una poética en torno a la violencia

Canción de cuna es un poema que me enseñó mucho en este campo, pertenece al libro Eva medusa (2000) primero y hasta ahora único trabajo del ambateño Diego Lara (que en estos últimos años se ha auto desterrado del panorama literario nacional), aquí unos fragmentos:

yo tenía un héroe llamado Jackie Chan

y nada me gustaba más,

nuestros padres saltaban viejas canciones

y se gastaban en la crónica roja

de los noticieros AM

recuerdo que todos éramos felices

y la sangre corría,

yo tenía un héroe llamado Jackie Chan

y nada me gustaba más,

el amor era demasiado limpio

como para ponerse a jugar con él,

y el aire siempre olía

a cafeína y nicotina

¿Dónde la violencia? Pues en todo el poema, destilla de ella. Desde el morbo, que comunica la voz poética, al decirnos lo atrapado de unos padres escuchando noticieros AM cuya particularidad es la información de crónica roja, hasta aquel abrupto de ignorar la violencia, el correr de la sangre, y a pesar de todo ser felices. Allí la belleza de hacer de simples datos cotidianos un poema de fuerza capaz de atrapar.

Porque sería fácil escribir acerca de que fuera de casa existe un mundo violento, y que nuestros padres prefieren estar al tanto de ese mundo desde su radio. O que nuestro héroe Chan es un personaje que más allá de su comicidad proyecta la violencia en sus situaciones y peleas.

Esta, sin duda, es la diferencia entre ser un mero transcriptor de sucesos atroces a trabajar sobre hechos sangrientos y convertirlos en poesía.

Y quien haya encontrado poesía en un filoso cuchillo incrustándosele en el abdomen no es solo un poeta sino también un masoquista.

1 comentario:

Antonio Vidas dijo...

Conozco el genocidio redundante de la cruenta palabra aun cuando se terjiversa su sentido, su edad y su tiempo(hasta aquì la generación y sus instantàneas),pero, hasta qué grado de conciencia es excusa poética las leyes de vida?;hasta què punto de razón es no terapia liberadora el equilibrio del poema?.Entonces si un cuchillo puede suturar una herida invisible,¿hasta dónde opera la realidad,dònde se retrae el pensamiento?,¿en que orilla se queda la excusa?.Reinventesé.Un abrazo a la distancia