lunes, 28 de julio de 2008

Lennon




A Javier Jaramillo (John)

Todos lo conocíamos como John. El loco John. El disparatado y cabezón John. El pana de acolite impostergable, el borrachín, el sin paro, el barajado por las peladas aniñetis, el adicto a los discos de cuatro ingleses que lo marcaron para siempre. John, con quien en las mañana, tardes y hasta en las noches (éramos adolescentes, vagos y para colmo chiros), solíamos andar en las esquinas del barrio cantando la primera bobería que se nos ocurriera (él también soñó ser compositor y cantante como su ídolo). John, a quien resulta que su madre en mutuo acuerdo con su padre decidieron ponerle por nombre Javier.

No recuerdo cuando fue la primera vez que John me habló de The Beatles, y luego en mi casa o en la de algún otro pana, habíamos escuchado varias de sus cintas y discos que para ese entonces no eran muchos en su colección (supongo que después de trece años debe ser distinto), luego las historias, los nombres de los músicos, la música en sí, la originalidad de las líricas, lo aparentemente absurdo que no lo era. Todo, John fue un maestro en el tema. Lástima, jamás logré hallarle el encanto que él veía a la banda, menos a Lennon, por quien John -el más original de los que pude conocer- respetaba más que su propia vida. No sé si habrá visto Chapter 27, aquella película dirigida y escrita por un tal J.P. Schaefer, donde Marck Chapman, el asesino de Lennon (y uno de los más odiados por la fanaticada Beatles) es el protagonista. Quizás aún no, solo sé que después de ver los conflictos emocionales de Chapman, su perturbada visión del mundo y fanatismo religioso, he recordado a John.

No puedo llorar la muerte de Lennon, y aunque el mismo año en que Chapman disparó sobre él entrando en el Dakota había nacido, otros son mis muertos rockeros. Sin embargo -y para entrar a la película de una vez- valoro su aptitud de vida en una época represiva, más que en la actualidad para todos aquellos irreverentes ante el status quo. Quizás en el film Chapman (interpretado por Jared Leto) no pudo soportar algunas de las contradicciones de Lennon, como aquello de vivir sin posesiones cuando bien sabían muchos de su época que él tenía una fortuna.

Pero hablemos claro, Chapman es el prototipo de una persona fanática religiosa que ha mal interpretado la realidad o lo que es peor que su realidad pretende ser el todo, lo único y válido. Si entendemos la concepción disparata de todo fanático religioso contemporáneo (aunque Chapman sea ese antecedente que muchos despistados tomarán como ejemplo para poyarse) sabremos que su misión -oscura y justificada desde su punto de vista- es la de defendernos del demonio, de aquel apocalipsis que se avecina, no como bomba nuclear, sino como persona, cargando símbolos y llenando de ideas blasfemas a los demás.

La película retrata esto, esa perdición humana encarnada en Lennon. Chapman lo ve así, y si así lo ve su misión es detenerlo para bien de la humanidad. El film se enfoca una y otra vez en los odios acumulados del protagonista, en como huye de aquel país que es un infierno, en como hallar la paz en Hawái no ha sido su objeto en la vida, porque más allá de su paz hay todo un mundo enfermo con homosexuales, con cantantes de doble discurso habitando edificios “malditos”.

Chapter 27, una película que mi pana John no puede dejar de ver, ojalá y si algún día lo vuelvo a ver se la pueda recomendar.

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