miércoles, 30 de julio de 2008

El regreso a un estado salvaje









Para ningún adicto a la literatura de terror es desconocido el nombre de Stephen King, un escritor que ha sido parte de todo el terror contemporáneo que se ha consumido, gran parte de esto gracias a las versiones fílmicas que se han logrado a partir de sus novelas y relatos (Carrie, Cujo, Ojos de fuego, Montado en la bala, Maleficio, Ventana siniestra, Milla verde, Cementerio de mascotas, etc.).

Recientemente se acabó de filmar y estrenar La niebla, película basada en el relato largo o novela corta homónima. Un trabajo que no pierde la esencia escalofriante de King y trata de mantenerse casi fiel a la versión original. Hay sangre, desesperación y personajes perturbados logrando lo que la mayoría de las veces descubren las novelas y relatos de King: sobrevivir de las implacables fuerzas oscuras que los acechan y de sí mismos, o lo que es peor de la voracidad humana que los circunda y los regresa a un estado salvaje.

La niebla es terror puro. Una obra maestra y siniestra para replantearnos las interrogantes en torno a la sobrevivencia. La historia es tan descabellada como cualquier otra de las obras de este escritor, donde no existen las respuestas sensatas para tanto choque con la realidad, donde lo incoherente cobra fuerza y se apodera de la situación, logrando que sus personajes revelen sus peores y más incomprensibles miedos.

Nadie sabe cómo apareció la niebla y nadie sabe cuándo se irá del todo. Frank Darabont, guionista y director de este film, ha creado una versión más desoladora de lo propuesto por King. Darabont culmina el horror del protagonista y su hijo (y otros tres sobrevivientes), lejos del supermercado en el que por casi dos días yacieron atrapados, donde debieron huir para que el fanatismo de una religiosa no los sacrificara para calmar la ira del Apocalipsis reinante fuera de su espacio. Allí, atrapados en un auto, sin alimentos, sin gasolina para moverse, rodeados por la niebla que acoge a devoradores indescriptibles, el protagonista decide, en mutua resignación con el resto, disparar sobre cada uno de ellos -incluyendo su hijo de cinco años- una de las cuatro balas del revólver que irónicamente evitó que en otras ocasiones, antes de refugiarse en el auto, los matasen.

Resulta chocante este final con el original. Desde luego nadie (de los fanáticos al terror que se aprecie) esperaría un final feliz, quizás sí uno brumoso y sobrecargado de esperanza como lo propone el mismo King en su versión. Darabont es implacable, y como en el cine un cierre mientras más preciso y conciso sea para el espectador, mayor será su asimilación, no queda de otra que lograr que el protagonista mate a los demás y luego salga del auto para encontrar su propia muerte en las garras, colmillos y picos afilados de las bestias que aguardan afuera, solo para comprobar que la niebla empieza a desaparecer y aquella salvación absurda a la que se prendía su hijo cuando decía que pronto las fuerzas armadas del país llegarían a salvarlos, no era tan estúpida como él y otros creían, porque eso es lo que contempla desconsoladamente al frente suyo.

La niebla, la película que pocos de estómagos sensibles soportarán, sobre todo si es que llegan al final de la pesadilla.

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