No sé lo que es estar con una prostituta. Jamás he caído en la entrepierna de ninguna. Siempre anhelé introducirme en un sexo consumido, sudado, y expuesto a la muerte venérea; pero cada vez que alguien me invitaba a pisar un chongo tenía las excusas perfectas para negarme.
Siempre quise saber qué se sentía estar dentro de una vagina a la que habían acudido distintos penes. Fui -y soy- un zanahoria, que prefirió dejar de ser “virgen” en compañía de alguna de sus novias.
Pero como este escrito no gira sobre mis experiencias sexuales, si no más bien de la prostitución, o mejor dicho sobre un film que trata el tema, no esperen más de mis intimidades. Porque el motivo de esta confesión es la antesala para hablar sobre Yo, puta (2007), una película explícita, dura y polémica.
No se trata de un film revelador, porque todo cuanto basa su argumento es conocido: inicios en el oficio, necesidades, problemas de trasfondo. Quizás lo llamativo de la película sea su estructura de documental -en medio de la ficción-, que retrata a prostitutas, chulos y clientes. Desnudándolos en sus disímiles planteamientos de porqué ser, explotar y estar, junto a prostitutas.
Funcionan adecuadamente los distintos escenarios dentro del film, concatenados desde el inicio hasta el final. Así mientras la trama básicamente se enfoca en una estudiante que prepara una investigación en torno al problema de la prostitución, vemos una cámara que enfoca obsesivamente a jóvenes que buscan ser modelos de un fotógrafo porno, o al camarógrafo porno que entrevista y conoce las intimidades de sus futuras actrices.
Película acelerada, que estrella al espectador el tema de la prostitución desde distintos francos. Justifica motivos, los indulta, para al final demostrarnos que aquel submundo de colchones húmedos, cuerpos sudados, preservativos y dinero en abundancia, no es más que un negocio peligroso en el que algunas están atrapadas y otras, las de aparente valentía, se acostumbraron a esta clase de sobrevivencia, que les gusta.
Y es esta dualidad de prostitutas las que vuelven, en cierta medida, interesante la trama, porque mientras las más arrebatadas y francas (dentro de la ficción) en torno a su oficio, aquellas que a ratos se vuelven ninfómanas, o expertas a las que ya nada referente al sexo les impresiona (salvo el ser sodomizadas) envuelven al espectador con sus alucinantes y casi siempre eróticas y salvajes historias; por otro lado están las que delatan el infierno llamado prostitución: aquel negocio que las ha atrapado sin misericordia, que vive de sus cuerpos, y las sepulta cada día más en una muerte silenciosa (porque son solo piel y voluptuosas formas que han perdido la sensibilidad), aquellas que en el punto crítico del film se refugian en lágrimas.
Y mientras la protagonista se ve atrapada con su investigación casi terminada y la beca económica -obtenida para este propósito- consumida, entre el dicho de sobrevivir en el tema que conoce o dejarse morir de hambre y fracasar en sus propósitos académicos, opta por lo intermediario, no ser una prostituta, pero obtener dinero dejándose fotografiar. Y aunque termine en los brazos (por recrear de una romántica manera la situación) del fotógrafo porno que la “inicia”, no termina convenciéndose ni convenciendo al espectador en este punto de la trama.
Y lo planteo así: según el argumento de la película se trata de una universitaria que investiga sobre el tema de la prostitución, entrevista exhaustivamente a cuanta prostituta dispuesta se lo permita: una japonesa, españolas, latinas, una portuguesa, entre otras, también a clientes asiduos y hasta a contados chulos, sin olvidar a un “prostituto” que narra como vive y cobra por sus servicios sexuales a mujeres desesperadas. Hasta aquí todo bien. Sin embargo una vez que la situación, dentro de la historia de la universitaria, se complica por acabársele el dinero de la beca de la investigación, intenta meterse en la prostitución sin mayores resultados, entonces decide desertar, pero luego lo retoma acudiendo donde el fotógrafo porno (aquel que gusta -como lo demuestran las escenas- de “probar” a sus modelos antes del trabajo), al que confiesa que es VIRGEN. Sí, la chica universitaria, la que se ha juntado con prostitutas pesadas, arrechas y melancólicas, desconoce el sexo, jamás lo ha hecho y sin embargo pretende hacer un libro sobre ellas, sobre este tema que nunca conoció.
Yo, puta, una película sobre prostitución, que contrariamente carece de escenas sexuales (por lo menos a las acostumbradas), porque su propósito no es volverla una cinta porno o erótica, si no más bien una especie de docudrama para advertir o sugerir a quienes pretendan pisar estos terrenos.
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