lunes, 10 de diciembre de 2007

Excusas para exorcizarse a sí mismo




Soy su herencia enferma, que asesinará sin piedad a sus verdugos.

Augusto Rodríguez

Matar a la bestia (Mantis editores, 2007) es el nuevo libro de Augusto Rodríguez que ha sido editado en México. Esta especie de antología (que en sí no recopila toda su obra poética hasta el momento escrita) recoge varios poemas de sus libros Mientras ella mata mosquitos, Animales salvajes, La bestia que me habita, Cantos contra un dinosaurio ebrio (que fue editado en España, y hace varios meses comenté) y un adelanto de su nuevo trabajo titulado El beso de los dementes, que es en suma el trabajo que más compete comentar, en vista de que de los otros poemarios ya tengo conceptos claros e individuales.
El beso de los dementes -trabajo aún incompleto con el que se cierra el libro- es un adelanto que supera muchos de los otros trabajos de Rodríguez. Se trata de prosas poéticas escritas con madurez, seguridad y sobre todo denotando peso en cada oración que es un verso comprimiendo dolor y rabia. Hay fuerza e intensidad en este adelanto que desde hace varios meses ya se podía leer en una revista virtual.
Hay quienes dicen que el publicar demasiado no hace ningún bien a un autor, menos a un poeta. Quizás se tenga razón cuando se repite interminablemente la obra, pero no cuando a partir de una estética poética se logra traspasar los niveles a los que se creía había llegado el autor. Rodríguez no es un poeta repetitivo. Tiene sus temas recurrentes porque son parte de su universo poético, en ellos transitan y habitan sus fantasmas -que en el fondo solamente es uno- a manera de grito, los cuales le es imposible dejar a un lado: su vida pertenece a ellos y ellos son su poesía.
En El beso de los dementes encuentro una ligadura con su último libro Cantos contra un dinosaurio ebrio (por lo menos los fragmentos que aparecen así lo vinculan): el padre. No se trata de un canto paternalista de toques fúnebres, no. El padre y la muerte son excusas para exorcizarse a sí mismo. Es el látigo con el que se flagela una e interminables veces hasta sentir que la melancolía se vuelve materia prima sobre la cual escribir: “Te confieso, padre, que en ese lugar habita el poema que nunca escribiremos”.
Más allá de que la obra poética de Rodríguez esté llegando a otros países de Latinoamérica y a Europa (España, sobre todo), es la obra de toda una generación de autores ecuatorianos menores de treinta (poetas y narradores) que va ganado terreno fuera de Ecuador, logrando arribar a lugares que hace mucho parecían imposibles.
Desde este espacio felicito a Augusto por esta nueva obra, ahora toca esperar a que se publique en su totalidad El beso de los dementes, que seguro augurará excelentes comentarios de quienes comprueben el nivel a que el autor cada vez se afianza más.

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