lunes, 7 de mayo de 2007

Soy mi cuerpo, esa poesía penetrante




A mi madre, en su día.

No se si fue el reconocido nombre de la autora -a quien había tenido la oportunidad de leer casi todos sus anteriores trabajos poéticos- o el identificarla como una poeta cuya línea erótica es capaz de azorar ante la soledad carnal, lo que me acercó más a su nueva obra, lo cierto es que al internarme en el texto lo primero que hice fue desencantarme por la ausencia de ese erotismo tan particular de ella –por lo menos en la primera parte del libro- y segundo volverme a encantar de su obra, porque Aleyda Quevedo Rojas es una poeta de fuste que sabe como llegar a sus lectores (y cuidado con creer que se me hacen agua los helados) a penetrarlos por cada uno de sus poros hasta saber que lo que recorre la sangre y palpita en los sentidos –volviendo vital al cuerpo- es poesía.
Soy mi cuerpo (Libresa, 2006) es un libro que envuelve y atrapa; la sencillez del lenguaje con la que están construidos los versos -esa compenetración con la cotidianidad femenina hallada en una madre, hermana, esposa o hija- logra una conexión más directa con la obra y la voz poética. Porque el cuerpo se vuelve la materia prima y precisa para que los poemas nos hablen de esa lucha contra la muerte y el tiempo, para sobrevivir al amor que es la vida y a ese otro ser que espera sentir nuestra respiración a su lado.
La autora nos enfrenta de cara con esa premuerte de la que en algún momento todos nos encontramos acorralados, ahí donde la enfermedad del cuerpo se vuelve la anatema de la que solo la familia, los amigos y el amor en su mayor concentración pueden salvarnos. Un verso lo ratifica: “La noche que quería de la vida / fue / a tu lado” (Pág. 58).
Pero no todo es fúnebre, porque la segunda parte del libro remite al lector a la obra de marca registrada de la autora -por lo menos en parte-, aquella donde el cuerpo rebosante de amor y pasión encuentra su mayor desenvoltura. “Juntos en las siete vidas / conocidos gatos / que dan vueltas en una compacta / y amorosa madeja de pelos” (Pág. 70) dice la voz poética.
A pesar de que la voz poética nos hable de esa vana seguridad que encuentra al encomendarse a santos de porcelana –la tradicional idolatría de nuestras abuelas y madres-, queda claro que es el amor y todos los sentimientos capaces de dar vitalidad al cuerpo –provenientes de personas de carne y hueso- los que logran el efecto de rebelarse contra el tiempo y la muerte. La poeta lo sabe, por eso no duda en asegurar: “Perdida / y sangrante voy / por las carreteras enamoradas / de mi cuerpo” (Pág. 83)



PARA VOLVER A MÍ
Mi cuerpo pequeño
cruza límites helados
con la espalda encorvada
y un blanco camisón

Primer aviso
a mi terrible vanidad



SI ESTOY ESTÁ
Mi esposo con sus manos tibias
baña mi cuerpo dolorido
con raíces y hojas de menta

Mientras duermo me mira respirar

Si me alejo
entre las violetas
él me sigue
si estoy está conmigo

Es madero en alta mar
al que me abrazo con amor



DÍAS
Como si nunca
te hubieras marchado
encuentro tu silencio

Viento que pasa
moviendo la espesura
de mis pestañas


EVOCACIÓN
En el sopor de la tarde
miro mi casa llena de fotografías

Las cosas
se desgastan
como el amor que te tuve
o el color de aquellas fotos.



TU OLVIDO
Dos en la cama
olas de sudor y piernas
formando círculos

Ahora
dos
pescados secos

Afortunada noche
cautiva en un mar lejano