El
año pasado, uno de los estudiantes de una institución educativa de Manta, me
preguntaba que qué me había llevado a convertirme en editor. En realidad, le
dije, estudié comunicación y me especialicé en periodismo con la idea de ser
reportero, trabajar en un medio, contar historias…pero una mañana mi profesor
de semiótica me encontró en la hemeroteca de la universidad leyendo el diario,
buscando en los clasificados la posibilidad de un empleo. Ese día me ofreció
trabajo y cambió los planes que tenía.
De
aquella oferta laboral hasta ahora han pasado veinte años. Dos décadas de aprendizaje
constante, y siempre anhelando mejorar. Primero fue Editorial Mar Abierto, mi escuela
inicial. Luego vendría un proyecto fugaz llamado Marfuz Ediciones, después
Tinta Ácida Ediciones y ahora Cuerpodevoces Ediciones. Si algo puedo asegurar
es que en cada uno de los proyectos editoriales ha primado el compromiso de mi
trabajo.
Pero
¿por qué continuar detrás de un sello editorial? Me han preguntado y también me
lo pregunto, y la única respuesta sensata que encuentro es que me gusta leer, conocer
el trabajo ajeno, soñar junto a los autores con la posibilidad de que sus obras
lleguen a cientos y miles de lectores, continuar creyendo que desde la literatura
que respaldamos se aporta en algo a la sociedad, y que todas las historias que
revisamos, corregimos y difundimos incomodan, en cierta medida, al lector.
Hay
autores y obras que me gustaría tener en el catálogo, difundir su trabajo en
cuanta librería conste en el mapa librero, presentar su obra en muchas de las
ciudades donde el libro parece aún tener importancia, lograr invitaciones a
ferias, congresos, universidades…todas aquellas posibilidades que un libro
ofrece, pero la realidad, dentro del sector editorial, es compleja.
¿Qué
pensaría y diría mi profesor de semiótica si me viera ahora? ¿Reconocería el
trabajo realizado todo este tiempo desde los proyectos editoriales? Con los
años terminé editando a otros profesores universitarios que admiraba y
respetaba, profesores con los cuales jamás imaginé mantener diálogos literarios
o de otra índole.
Aún
hay energía para continuar integrando un proyecto editorial. Aún continúa fresca
la motivación inicial de leer, sugerir y corregir; de transformar todo texto
que me llega en libro. También hay un desencanto tras esta labor, pero en estos
días, que vienen novedades, me invade un optimismo bastante creíble para
continuar sentado frente a una computadora, en días que otros están bronceándose
y sonriendo fuera de casa. Acá, en la soledad de una habitación, también hay
sonrisas tras las páginas consumidas.
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