jueves, 24 de mayo de 2018

Mundana y sus proyectos de resistencia

Imagen alusiva al afiche de la feria. 


A Edison Navarro y Darío Jiménez, por la amistad.

Feria del libro de Imbabura, desarrollada el 18 y 19 de mayo en el parque Pedro Moncayo de la ciudad de Ibarra.

Ibarra, en su silencio
Abandonar la ciudad, dejar de sentir el calor de los cuerpos amados, emprender hacia kilómetros de aventura, siempre ha sido difícil al principio. La noche del jueves 17 de mayo fui parte de un nuevo rito, de acudir al llamado que la hermandad literaria hacía desde una ciudad desconocida.
Ibarra, desde su aparente apacibilidad, me enganchó al día siguiente, en su arquitectura, en su silencio constante, en su aura de urbe íntima donde no pasa nada.

Una ciudad para recorrer a pie, para contemplar los cientos de rostros que el camino iba ofreciendo en cada paso. Una ciudad para tararear todas las canciones interiores que uno lleva en cada viaje.   

Junto a Juan Romero dialogando en torno a La ruina del vientre sacudido, que se presentó la tarde del sábado 19. 

Libros, editores y público  
Allí estaba, siendo parte de la primera Feria del Libro de Imbabura, una arriesgada propuesta (como toda descabellada idea de gestión cultural en el país) que reunía a editoriales independientes, universitarias, editores y escritores de varias ciudades de Ecuador (salvo Mattías Tello que visitaba desde Chile).
Una comunidad de trashumantes que exhibía y comercializaba sus únicos tesoros: libros. Montones de títulos cada vez más atrayentes desde cada una de sus disímiles propuestas editoriales.

Fue grato encontrarme con editores amigos, con sus catálogos, con las actividades que cada uno resalta desde su experiencia.

Walter Jimbo leyendo parte de su poesía en el cierre la feria. 

Una feria de riesgo
Cada apuesta cultural es un riesgo, pero uno que se asume con la convicción de continuarlo hasta las últimas consecuencias. Eso testimonié en Jairo Mena y todos quienes estuvieron detrás de esta travesía donde escritores, editores y lectores confluyeron en un espacio céntrico de la ciudad; donde el libro como gran protagonista fue recibido con honores por el público local.
Y aunque el clima haya hecho malas jugadas por momentos, la feria salió a flote. Podría decir que para su primera edición fue exitosa en la medida de lo que se espera de una primera edición.

Mena y los suyos no solo le ofrecieron a su ciudad la oportunidad de acercarse a la producción de editores independientes y universitarios, sino también música en vivo y teatro. Lecturas poéticas y narrativas, presentaciones de libros y talleres.   

Junto a Darío Jiménez y Juan Romero, con quienes los temas literarios nunca faltan.


El vecino que siempre quise
Pero más allá de las actividades de la agenda de la feria, me quedo con la parte clave de todo encuentro: las personas. Jairo y la calidez que logró para cada uno de los invitados. La vieja guardia de metaleros ibarreños con quienes se compartió miles de palabras. Los amigos que ya forman una comunidad siempre reconocible en cada feria de libros y que con los años cada reencuentro va logrando mejores momentos.   
Destaco la presencia de dos personas que hicieron del viaje a Ibarra un recorrido fructífero: Edison Navarro (desde su cercano Cotacachi) y el reencuentro con la amistad desde hace ya varios años. Y, Darío Jiménez (desde su lejano Loja). Dos voces con quienes se departió de la única forma que se puede hacer: mediante el diálogo, mediante la conversación franca y extendida que otorga la amistad. Ellos son los vecinos que siempre quise tener.   

FLI
Solo me queda agradecer a todos los lectores que se dieron cita hasta el parque Pedro Moncayo. A los organizadores y su aguante para los invitados siempre intensos en sus acciones. A todos los que se fueron integrando los dos días de feria: autores, gestores y músicos.
Y que en el 2019 siga la fiesta desde Ibarra.

Las fotos han sido tomadas de la cuenta de Facebook de Kimrey Anna Batts.  

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