jueves, 30 de noviembre de 2017

La maldad es una fiesta bulliciosa


Satan is real me dice Kreator desde la pantalla. Una alucinada propuesta donde el diablo existe, vigila, acecha, se entromete y hace daño. Toda una historia donde la maldad no se encuentra en seres mitológicos y fantásticos, sino en las personas, en todos aquellos que vemos, con quienes hablamos e interactuamos. La maldad en toda su esencia brutal e intimidante.
Una maldad manifiesta en un sinfín de actividades atroces: 1) Un rifle de alto alcance sobre miles de espectadores. 2) Un ojo acechante sobre niñas que juegan solas en un parque público. 3) Un taxi engullendo a una joven descuidada y vomitándola en el basurero de la ciudad. 4) Manos apretando el cuello de una esposa que ya no gritará. 5) Botas descargando la ira acumulada de años sobre alguien más. 6) Cabezas rotas en las calles por gritar libertad. 7) Un dorso exigiendo su cabeza para ser reconocido. 8) Un hombre que flota sobre un río, solitario en su descomposición. 9) Un auto embistiendo a cientos de peatones porque su conductor era alérgico a la felicidad ajena. 10) Un misil esperando su oportunidad para despegar y detonar sobre un territorio hostil.
La maldad que crece en silencio. La maldad que es una fiesta bulliciosa y descontrolada. La maldad que como imán atrae a simpatizantes. La maldad sorpresiva. Siempre la maldad entonada en un coro salvaje que danza en su fiesta macabra.

Y aunque Kreator, continuando desde su Satan is real, me muestra una estética donde satán es el culpable de todo acto malévolo de la humanidad, habita otra historia, aquella donde el hombre es enemigo del hombre. Donde la maldad es un ejercicio de poder constante y justificado. 


En este contexto aparece El origen del mal y otros poemas de Carlos Coello García. Un libro donde la maldad recorre una línea histórica desde el origen y permanencia del cristianismo. Una obra donde la rebeldía es el punto inicial de origen del mal. Aquí, en estas páginas conviven seres increíbles, torturadores y torturados, arrepentidos y castigadores que se satisfacen con cada una de sus acciones.
En estas historias, una voz/espectador, recorre pasajes donde el dolor es el lenguaje común. Una mirada que describe el suplicio de otros, de todos aquellos a quien el miedo del castigo desconocido nunca fue un alegato para el cambio.     
Pero esta obra y su fábula encierra un mensaje más interesante, el discurso y crítica a una sociedad saturada de atrocidades, donde los valores heridos y pasados de moda han dado paso a unos antivalores que dañan y reproducen los miles de situaciones embadurnadas de maldad.

Una poesía cruenta en sus figuras, que desde una alegoría bíblica invita al lector a rectificarse en su maldad explícita y cada vez más espectacular desde una pantalla. 


Kreator me sigue cantando que satán es el culpable, que satán se apodera de los cuerpos y se ejercita infringiendo sus más bajos deleites. Que la sangre es su vino. Que los cuerpos humanos son solo marionetas a las cuales se debe hacer sufrir.

Mientras sigo en estas páginas, donde el origen del mal se refleja más allá de lo sobrenatural, donde la maldad está latente en ser descubierta cada día en la información de un noticiero sin censura.   

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