miércoles, 3 de mayo de 2017

¿Cuántas posiciones ensaya la muerte?


Por Diana Zavala
Fotos cortesía de Isaac Vélez

“Los pies en la tierra”
decimos para alabar la cordura,
el sentido de la realidad.
Y de repente
el suelo se echa a andar,
no hay amparo:
todo lo que era firme se viene abajo”.
José Emilio Pacheco.

Ese venirse abajo, ese perder el piso que te sostiene, es lo que nos desquicia, lo que nos hace conscientes de que nada es seguro, ni el suelo que pisas. Y se hace la tiniebla. Es cuando la voz lírica, cito, “parte y regresa a la demencia negra”.

“Entiéndeme oscuridad,
En ti perdura un tiempo detenido.
En ti la hora se derritió
En ti yazco perdido de mí mismo”.

La oscuridad, es la tabla y el telón de fondo de cada puesta en escena del verbo de Alexis Cuzme, y lo digo con la certeza de quien ha compartido jornadas desde el pregrado, la pasantía, el trabajo editorial, y el postgrado. Aquí la oscuridad vuelve una y otra vez en sus múltiples significantes, es el ave hermosa que picotea desde las 18:58. Entumecido en ella es donde el personaje que ha descendido saborea la vida, es donde se vuelve un latido furioso, donde inventa realidades, diciéndose que cambiará, queriendo mutar en gusano fosforescente. Es allí donde florece la ruina del vientre sacudido.


En los versos de Alexis Cuzme reconozco fragmentos de historias que leí en los periódicos, que vi en la televisión, que recogí en mi trabajo como cronista freelance. La voz lírica las hace suyas, no es el espectador, no es el lector, es su pellejo bajo la losa, es su lengua la que siente, cito: “toda la sed retenida de mis años”, es quien bebe su propia descomposición.


Un ser insoportablemente despierto, en un sepulcro de cemento, nos habla. Allí su identidad se pierde, lo que hay es lo que él llama un revoltijo de nombres. Su nombre es Auxilio ¿Cuántos auxilios gritaron en la noche aquella? Logra transmitir su angustia en ese grito que muere falto de aire, de fuerzas. El ritmo del poema es el ritmo de la desesperación. Es descarga y es pausa.

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a-u-x
a-u
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“No hinques mis ojos, niño de sangre y lodo
Entrégate a un rincón y juega con tus delirios”
Me detengo en este verso y siento la aproximación de esos dedos, mi cuerpo y mi alma estremecidos imaginan que, en la negrura, lo último que viste niño fueron los ojos de un superhéroe, quizá los luminosos del murciélago, alguien que te cubrió con la capa de la fantasía y con el que hiciste el gran escape. Perdón, ¡cuán insoportable es la realidad! Grondin dice que “en toda interpretación es la concepción de nosotros mismos lo que se encuentra enriquecido”. Y cuando Alexis Cuzme declara que este trabajo es una purga interna y personal, que le sirvió para purgar todo el horror consumido, pues no queda más que reconocer que en la lectura, relectura y en la presentación que hago en este momento, está mi purga. Y no solo del terremoto de 7.8 grados, sino de cada catástrofe que me ha sobrevenido, y que el sismo del 16 de abril no ha hecho más que mostrar la fragilidad, las falsas bases, los pilares debilitados.

“Soy
                  el
                   escombro
                                      que
                                              no
                                                   quiere
                                                      reconocerse
el pedazo que no volverá
                                                   a amarse”

Las isotopías de este poema son la oscuridad, la muerte y la desolación. Hay imágenes que no me puedo sacar de la mente. Escucho ese timbre que sigue oprimido por un dedo sin dueño. Preguntas que se clavan ¿Cuántas posiciones ensaya la muerte?, la muerte que huele a diluyente, la que pasó de largo ante un hombre que tres décadas después recordó una técnica de yoga.





En la ruina del vientre sacudido asisto a la contemplación (cito) “de los bloques lloriqueantes: lágrimas de cemento y hierro”. Solo en la poesía se es capaz de un encuentro con la sustancia. En una entrevista, Lezama Lima declaró “Yo creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia resistente enclavada entre una metáfora, que avanza creando infinitas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis”.

La literatura sobre catástrofes es necesaria, y así ha sido desde siempre (una gran muestra está en las tragedias naturales bíblicas). Autores como Ovidio, Voltaire, Gaspar de Villarroel, William James, Goethe y tantos otros plasmaron en sus obras sobre la devastación que provocan los terremotos. El poeta y ensayista japonés Kamo no Chomei escribió sobre el potente sismo de 1185: “Si los hombres hubieran sido dragones se habrían subido a las nubes, pero no habrían tenido las alas para encumbrarse a los cielos. Fue entonces cuando tuve conciencia de que los terremotos son la más terrible de las cosas terribles”.

Cuando se cumplieron 31 años del sismo de 8.1 grados que devastó la ciudad de México (del 19 de septiembre de 1985), se publicó en el diario Excelsior un artículo de Virginia Bautista, en el que se analiza que la Literatura tiene una deuda pendiente con ese suceso en la vida del país. La memoria existente está en abundancia en el periodismo, en la fotografía, y fue radical para la transformación de las artes visuales.

Paz, Pacheco y Monsiváis hicieron literatura sobre el terremoto. “Sólo contamos con un par de poemas, un ensayo y media docena de cuentos, básicamente, sobre esta tragedia natural. “El terremoto es la terrible presencia de la ausencia en nuestras letras”, sentencia Ignacio Padilla.

Que eso no nos pase en Ecuador, que eso no nos pase en Manabí. Gracias Alexis Cuzme por este aporte a la memoria.

(Texto leído el jueves 27 de abril, a propósito de la presentación del libro La ruina del vientre sacudido, realizada en el Museo Etnográfico Cancebí en Manta)

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