lunes, 1 de mayo de 2017

Ciudad entraña

Foto cortesía de Isaac Vélez. 



Por Patricio Lovato Ribadeneira
patolov5@hotmail.com

Las palabras suenan sinuosas, como si al tocarlas. Tac. Hicieran un ruido dispuesto a quebrantar la armonía, la oficialmente aprendida para que el arco iris se despliegue, incluso para que los infiernos guarden determinada tradición estética. Esto no pasa con la poesía de Alexis Cuzme, desde hace rato, desde su primer libro. Si las vísceras han de sonar hay que montarles otra armonía, que la fluidez de los líquidos cavernosos encaucen la necesaria combinación en sus palabras, total no somos exclusivamente piel, hasta los ojos más apetecibles se guarecen en cavidades húmedas. Peor si, como en este caso, es una ciudad a la que descalabra un terremoto y queda en la superficie “el riachuelo pútrido que las horas han dejado como único manjar”. Dejar que sus olores se escuchen para el goce de orejas y narices atropelladas, allá donde la vista no llegue, porque aunque la palabra bien nunca aparece, se constata, hay sombras concertadas, entre ácidos y materias descompuestas, aprisionadas.

Aventurarse con el autor a tocar esas palabras al límite, a rescatarlas de sus abismos en crónicas personalísimas, para que una vez nombradas puedan fortalecerse no en el disfrute, más bien en la penuria de sintetizarse “mientras el horror afila sus imágenes”. Esa es la propuesta del poemario “La ruina del vientre sacudido”. Aventura de riesgo por saber lo que pasó bajo el cemento-hierro-escombro para “tocarnos las partes aplastadas…tocarnos en la sobrevivencia…tocarnos como ultimátum.”

También se siente a nivel lector la construcción de palabras a punta de silencio, sopesadas, con sus filos cortantes que ahora rebotan sobre nuestras cabezas legitimando la ruina: “Fascinado en el terror/ resguardo al silencio…Callo, aunque el aullido de las vísceras, amplíe su mancha interna: pellejo-máscara.” El tono elegíaco recurrente cuenta con picos altos para desde ahí dejarnos caer en honduras asfixiantes, realmente perturbadoras. ¿No es una de las tareas de la poesía perturbarnos? Ofrecernos la posibilidad única de florecer, para sumergirnos de inmediato dentro de las entrañas podridas de la flor, en su ruina.

Cuesta mucho salir ileso de este paraje, dispuesto de tal manera como para que las palabras tiemblen primero, se lancen aplastantes y nos aprisionen otra vez.
(Publicado originalmente en diario mantense El Mercurio, domingo 23 de abril de 2017)

No hay comentarios: