lunes, 29 de diciembre de 2014

Brevedades para la ausencia




Uno debe ser consecuente con lo que cree y no cree, por eso decidí (en mi condición de no cristiano, de no creyente) no ir a las misas que se oficiaron en recordatorio de Ubaldo Gil, mi ex profesor de universidad, mi ex jefe en editorial Mar Abierto y alguien de quien aún rememoro muchas de las conversaciones mantenidas en todos nuestros años de trabajo y aprendizaje.

I
Una noche similar a esta recibía primero un mensaje, luego una llamada donde se me avisaba que fallecía en una clínica de Guayaquil, en donde días atrás había estado junto a los compañeros y compañeras de la editorial, donde la esperanza de que saldría vivo estaba presente. Ese 29 de diciembre de 2013 se transformó en un pica hielo feroz que hizo romper muchas cosas en el interior de todos quienes lo conocimos y tratamos.

II
Sé que por estos días muchos dirán-escribirán cosas sobre él, se proyectarán a través de palabras que jamás dijo, contarán anécdotas increíbles, abombarán con mensajes en las redes sociales, dramatizarán todo lo que puedan en su nombre, mientras que los pocos, quizás los que pasamos cientos de horas junto a él (y miles de horas como su familia) conversando sobre el desarrollo de Mar Abierto, de literatura, sobre edición, sobre todo los temas que le apasionaron, diremos poco o nada.

III
Desde que me enteré de su primer infarto, me dirigí junto al equipo editorial a visitarlo a una sala de emergencia del hospital del IESS de Manta. Me dijo algunas cosas, que peleara por ellas, y también lo escuché burlarse de sí mismo, de su condición de convaleciente. Cuando me despedí, en esa mañana, jamás creí que sería la última reunión que mantendríamos.

IV
¿Cuántos continuarán tomando su imagen, sus ideas (deformadas) para sus propios intereses; la supuesta herencia en el ámbito de la edición? ¿Cuántos, en estos días, siguen invocando su nombre para ensalzar sus dudosas capacidades literarias? ¿Cuántos recuerdan sus críticas a  varios temas que el silencio retuvo?

V
Él hubiese querido que brindásemos en su nombre, que lo invocásemos sin hipocresías, que nos riéramos de todos los absurdos que siempre nos hizo reconocer, eso hicimos, y continuamos haciendo, aquel pequeño grupo de ebrios que lo recordamos en una ciudad donde el mar brama y sirve de escenario para la continuación de un sueño.  

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