¿Cuánto se ha
escrito en torno a la trata de personas? ¿Cuánto en torno al miedo más
aterrador, a la soledad, al poder y sus “técnicas” de persuasión? Al parecer no
todo, por eso con Purga (Salamandra,
2011) Sofi Oksanen (Finlandia, 1977) se hace estas interrogantes y se responde
a través del drama de sus personajes.
Zara Pekk ha
caído en una red de trata de personas, está atrapada en otro país, bajo las
órdenes de sus proxenetas Pasa y Lavrenti, quienes a través del miedo han
logrado un control total sobre ella, quien espera, desde la soledad de una
habitación, a los clientes que sus “dueños” le llevan, y que la vida y su
pesadilla terminen algún día, cuando quede libre tras saldar sus “deudas”. Una
libertad tan falsa a la que sin embargo se aferra ante esa nada desoladora.
Aliide Truu,
es una anciana y antigua comunista que se ve constantemente asediada por
jóvenes anticomunistas, que buscan limpiar y desquitarse con alguien de ese
pasado heredado en sus abuelos o padres. Ella espera, sin miedo, porque el
miedo ya estuvo a su lado, cuando los comunistas desaparecieron a sus padres,
cuando fueron (junto a su hermana mayor e hija) interrogadas para que
confesaran el paradero de Hans Pekk, esposo de Ingel (su hermana), y
anticomunista.
Ambas, Zara y
Aliide, tienen un vínculo familiar: tía y sobrina. La primera lo sabe a través
de su abuela: Ingel, y por eso va en su búsqueda tras escapar de sus captores. La
segunda, tras encontrarla en su jardín tirada en el lodo, desconfía de su
presencia. Algo de ella arrastra un pasado al que no quiere enfrentarse.
Y el miedo en
Zara se evidencia ante Aliide: “Era una muchacha excepcionalmente bien educada.
Para conseguir una educación tan buena se requiere una alta dosis de miedo” (p.
38). O desde los traumas ya impuestos en la valoración de la misma Zara: “A una
chica tan estúpida se le podía pegar porque tartamudeaba, porque era dejada,
porque apestaba, una chica así de imbécil bien merecía que la ahogasen en el
lavabo, porque era irremediablemente estúpida y fea” (p. 29).
Y en esa
condición de no valorarse como persona, de considerarse solo un objeto de
posesión, una autómata al servicio del placer ajeno, ha dejado de reconocerse:
“Su mente, su boca y ella misma eran ahora entidades separadas que nada tenían
en común” (p. 72).
En Purga la suciedad es un elemento que
estorba en sus protagonistas. Se sienten sucias tras haber sido “interrogadas”
en cuarteles comunistas (Aliide), tras los constantes clientes en busca de sexo
duro e implacable (Zara). Por eso buscan purgarse, librarse de ese pasado que
aún las asecha, que las ha denigrado, que poco a poco las fue minimizando hasta
volverse guiñapos de un sistema autoritario. Es por esto que Aliide, en su
juventud, y tras los “interrogatorios” sometidos ve en Martin, un líder
comunista, la protección y paz anhelada, eso y además porque intenta alejarse
de su obsesión por conquistar el amor de Hans, esposo de su hermana, que jamás
se interesó por ella.
La purga de
Zara va en otra dirección: “En cuanto fuera libre, conseguiría un pasaporte
nuevo, una identidad nueva, una historia nueva. Eso pasaría algún día. Algún
día se reconstruiría a sí misma” (p. 263). Y en esta reconstrucción no solo
interviene ella, sino Aliide, quien termina matando a los proxenetas que han
llegado a su casa y dicen ser policías. Buscan a Zara por asesina. Buscan a su
fuente de ingreso.
Purga no solo pone
en evidencia el sistema de trata de personas: reclutamiento mediante engaños y
esperanza de una vida económicamente mejor, sino que interioriza desde sus
personajes el horror de quienes caen en estas trampas, donde lo inimaginado en
el campo sexual logra realizarse, donde el evadir la realidad mediante drogas
parece ser una regla general en estos casos y donde el anhelo de muerte es una
constante de huida.
La novela
muestra una cronología que juega con el pasado y el presente: uno violento y
agresivo, donde las heridas han vuelto a sangrar. Donde el recuerdo de un amor
imposible yace bajo el piso de tablas esperando el cuerpo de Aliide, porque
para ella “Lo importante era que no se quedase y propagara en su hogar el
nauseabundo y familiar olor del miedo” (p. 23).
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