Para enfrentarse a los textos de Rocío Soria, hay que hacerlo advertido (por la experiencia o las referencias). No es tarea fácil, su poesía es oscura -pero no esa clase de poesía “oscura” que tanto abunda y hostiga en la actualidad- construida en ambientes de alteración, desde el espacio reciclable que la realidad no tolera, y cuyo telón de fondo cada vez más tétrico, descarnado y fantasmagórico, vuelve a sus versos fragmentos de humanidad censurable, porque pocos intentarían reflejarse en los espejos interiores que guardan estas páginas.
Por ello Isadora (2009, CONESUP) parte de un artificio: su título, femenino y de aparente apacibilidad, que contrariamente no lo es. Porque lo que habita en este poemario es una convivencia pagana, donde los dioses (o aquella interioridad surgida de los egos, quizás la verdadera fuerza individual para afrontar todas las batallas impuestas en la sobrevivencia) humanidad y naturaleza cohabitan de manera voraz, uno tras otro y viceversa. Donde el tributo al instinto y sus necesidades existenciales y corporales es básico. Donde reina un caos interior y el conjunto de todas ellas: amantes en réplicas menores, se desplazan en los recuerdos de una voz masculina que nos acerca a ese personaje llamado Isadora: vida-dolor-deseo-soledad-desesperanza-muerte.
Isadora vuelve al círculo,
la muerte no es una sola, hay muchas muertes:
las grandes,
las inmensas,
las azulinas,
pero todas son insignificantes ante el dolor de vivir. (pág. 17)
Isadora, como personaje, es el amor, el deseo, la ruptura de la normalidad que la voz poética añora: cuerpo vacío sin el huésped vital, sin el erotismo real y salvaje al que perteneció. Por ello la invocación, el lamento inclaudicable:
Mi corazón es un fardo de huesos rotos,
de flores rotas,
de mariposas esquiladas. (pág. 18)
Me abandono, soy un ser abandonado, qué más da,
me inconformo
me desarmo las muescas una y otra vez
buscando la palabra en que te ocultas,
entreveo por los ductos. (pág. 20)
Isadora
demonionoche
demoniohembra
posee este cuerpo de cuchillas,
cuerpo súbito,
cuerpo de abismos,
cuerpo austero. (pág. 30)
Es en las dos primeras partes de esta obra que Isadora es el espectro “demonionoche” y “demoniohembra”, al que se aferra la voz poética, al que se resigna con un masoquismo insano, pero justo a su padecimiento solitario:
¡Isadora por todos los cielos!
he blasfemando contra ti por todos los cielos,
contra todos los cuerpos en que habitas
desde todas las zanjas,
desde todos los objetos cortopunzantes,
desde todos los campos de cadaverina,
desde todas las jeringas. (pág. 39)
El hombre amado (tercera parte) no hace más que retratarnos la subjetividad de quien hasta entonces describía a Isadora, ahora alguien más (Soria, quizás) nos habla de la exploración del amor decadente y sin desfogar que se pudre lentamente en su portador:
El hombre amado
cuerpo de pena capital,
cruz del hospicio,
cuerpo de hospicio,
cuerpo de incontables nudos,
dolor de presencia muda,
dolor sin muerte. (pág. 49)
Isadora, se vuelve un trabajo imprescindible dentro de la bibliografía poética de Ecuador. Porque más allá de la historia que encierra, está el estilo de su autora, la fuerza del lenguaje, las figuras que impactan y aterran, elementos claves para que la poesía logre uno de sus más difíciles objetivos: calar en el lector.
Por ello Isadora (2009, CONESUP) parte de un artificio: su título, femenino y de aparente apacibilidad, que contrariamente no lo es. Porque lo que habita en este poemario es una convivencia pagana, donde los dioses (o aquella interioridad surgida de los egos, quizás la verdadera fuerza individual para afrontar todas las batallas impuestas en la sobrevivencia) humanidad y naturaleza cohabitan de manera voraz, uno tras otro y viceversa. Donde el tributo al instinto y sus necesidades existenciales y corporales es básico. Donde reina un caos interior y el conjunto de todas ellas: amantes en réplicas menores, se desplazan en los recuerdos de una voz masculina que nos acerca a ese personaje llamado Isadora: vida-dolor-deseo-soledad-desesperanza-muerte.
Isadora vuelve al círculo,
la muerte no es una sola, hay muchas muertes:
las grandes,
las inmensas,
las azulinas,
pero todas son insignificantes ante el dolor de vivir. (pág. 17)
Isadora, como personaje, es el amor, el deseo, la ruptura de la normalidad que la voz poética añora: cuerpo vacío sin el huésped vital, sin el erotismo real y salvaje al que perteneció. Por ello la invocación, el lamento inclaudicable:
Mi corazón es un fardo de huesos rotos,
de flores rotas,
de mariposas esquiladas. (pág. 18)
Me abandono, soy un ser abandonado, qué más da,
me inconformo
me desarmo las muescas una y otra vez
buscando la palabra en que te ocultas,
entreveo por los ductos. (pág. 20)
Isadora
demonionoche
demoniohembra
posee este cuerpo de cuchillas,
cuerpo súbito,
cuerpo de abismos,
cuerpo austero. (pág. 30)
Es en las dos primeras partes de esta obra que Isadora es el espectro “demonionoche” y “demoniohembra”, al que se aferra la voz poética, al que se resigna con un masoquismo insano, pero justo a su padecimiento solitario:
¡Isadora por todos los cielos!
he blasfemando contra ti por todos los cielos,
contra todos los cuerpos en que habitas
desde todas las zanjas,
desde todos los objetos cortopunzantes,
desde todos los campos de cadaverina,
desde todas las jeringas. (pág. 39)
El hombre amado (tercera parte) no hace más que retratarnos la subjetividad de quien hasta entonces describía a Isadora, ahora alguien más (Soria, quizás) nos habla de la exploración del amor decadente y sin desfogar que se pudre lentamente en su portador:
El hombre amado
cuerpo de pena capital,
cruz del hospicio,
cuerpo de hospicio,
cuerpo de incontables nudos,
dolor de presencia muda,
dolor sin muerte. (pág. 49)
Isadora, se vuelve un trabajo imprescindible dentro de la bibliografía poética de Ecuador. Porque más allá de la historia que encierra, está el estilo de su autora, la fuerza del lenguaje, las figuras que impactan y aterran, elementos claves para que la poesía logre uno de sus más difíciles objetivos: calar en el lector.
1 comentario:
Saludos Cordiales
Rocío Soria, dignifica a la poesía ecuatoriana con sus escritos, el aporte que realiza es muy valioso para quien, logra penetar en el mundo de Isadora y construir, compreder o simplemete degustar de sus frases llenas de sentimientos: angustía, experiencia, altivez, amor.... que por momentos nos eleva a un éxtasis de desconcierto y en otros momentos a escuchar la melodía parca del alma....
Felicitaciones
Sigue adelante...
Atentamente
Alexandra Tapia
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