jueves, 15 de mayo de 2008

Sangre en mi pantalla




Le volaron los sesos al vecino, me ha dicho mi casera, sin la menor complicación y como si se tratase de otro chisme más del día. Le he respondido tal y como ella lo desea, preguntándole sobre lo ocurrido.
Después que me lo contó todo, hasta el mínimo detalle. He cerrado lo más cortés la puerta y puesto todos los seguros por haber. No volveré a llevarle el son, me he dicho, más que cabrero molesto por perder el tiempo preguntando sobre otro caído en esta ciudad donde cada día alguien incrusta balas o cuchillos sobre otros.
No volveré a llevarle el son, me he repetido, mientras me acercaba al DVD para sacar la pausa y finalizar la película que me he propuesto comentar.
Nadie puede negar el talento actoral de Javier Bardem, es un comprometido con cada una de sus caracterizaciones, que asume y consume con voracidad. En su reciente película Sin lugar para los débiles (2007) escrita y dirigida por los hermanos Coen, no hace más que reafirmarnos esa soltura que todo actor adquiere a base de trabajo y madurez.
En el nombrado film Bardem es el sicópata Anton Chigurh, un asesino peculiar, demasiado, que es capaz de asesinar a cuanto mequetrefe se interponga en su camino, incluso si esos mequetrefes resulten ser colegas asesinos o de la competencia, más tratándose de los blancos a los que le toca perseguir.
Se trata de un thriller con los elementos necesarios para mantener al espectador con los ojos sin parpadear. Porque la violencia que se consume en esta película no da tiempo para nada, tanto como a las víctimas que caen una tras otras bajo la descomplicada frialdad de Chigurh.
Resalta el personaje, más allá de su aberrante naturaleza criminal, por el sarcasmo y humor que interrelaciona con sus víctimas (y hasta con los que logran librarse). Porque Chigurh es un sicópata que conoce su sangrienta profesión, y tanto la sabe que se burla de los clichés que resultan sus víctimas: sus reacciones, palabras para intentar salvarse, etc. Es un asesino al que la disculpa y el arrepentimiento no bastan para librar a nadie de la muerte. Incluso sus promesas sangrientas y de terror son cumplidas, porque su profesión es su vida, nació para matar, la muerte es su trabajo, dar muerte su deber.
Una vez que he sacado la película y me he alistado para consumir otra, he asomado la cabeza por la ventanita de mi pedartamentucho (si estuviera mejor diría departamento) para ver como sigue el relajo en la calle. Lo rutinario: la policía ha acordonado de ambos lado el lugar (¿cómo se supone que saldré cuando más tarde deba ir al trabajo?), mi casera conversa desesperadamente con el resto de vecinas (cada una con su versión de lo acontecido), han volteado hacia mí, las he saludado y luego escondido y cerrado la ventana (ojalá y cuando vengan a preguntarme sobre lo que he escuchado no tarden demasiado).
Ah si mi esposa está asustada, ha vivido demasiado tiempo en esta ciudad como para saber que cada vez que escucha más de un disparo, posteriormente sonarán las sirenas de los chapas, llegarán los periodistas de crónica roja y la muchedumbre se aglomerará alrededor de uno, dos o más cadáveres. Esta vez solo ha sido uno.
La nueva película ha iniciado, es mejor callar…

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