miércoles, 14 de noviembre de 2007

Naturaleza, armonía y localidad en la obra poética de Horacio Hidrovo Peñaherrera




Entre la lluvia cae una hoja que hace un segundo era nueva.
La había inventado la luz, llegaba de lejos,
de los primeros bosques inmemoriales
que llenaron todo el planeta.
Gira la hoja y cae en la alcantarilla sedienta
para que el mar la absorba y la desintegre.
Y un día vuelva a la luz y regrese a ser hoja y vuele
bajo otra lluvia que ha de resonar
dentro de muchos siglos.
José Emilio Pacheco

Si pretendiésemos hablar de la obra de un poeta manabita, cuyas características en su poética han sido elementos locales y naturales -interminable materia prima-, todos encaminados a su valoración y conservación, con el repetitivo discurso de la paz, ese sin duda sería el santanense Horacio Hidrovo Peñaherrera.
Cuarenta años escribiendo poesía solo nos pueden remitir a una obra sólida en cuanto a una línea definida, pero más que eso a la perduración de un canto hacia la naturaleza, la generación de un mundo pacífico, el interés por salvaguardar -aunque más bien se trate de sensibilizar- a la niñez y juventud del horror de las guerras, enaltecer el amor como sentimiento de cambio y sobre todo de conservar en la memoria y perdurar en la palabra a su Manabí.
Para comprender su obra habría que identificar el escenario natural de sus primeros años de vida, el contexto social y político en el que se desarrolla y forma su concepción del mundo, y la convicción y compromisos con las causas humanas a los que arriba en su madurez de poeta.
Sus libros mantienen objetivos específicos que no claudican en ningún momento de sus ideales; lo reiterativo toma fuerza en sus propósitos de trasmisión de ideas, así su recurrencia al lugar común es adrede, porque la conexión directa con el lector es una notoria preocupación en él.

Lo local como eje temático inacabable
El autor es un localista. Le canta a cada lugar, recuerdo y habitante de su tierra: Manabí. No duda en preservar mediante la poesía a sus amores, familia, amigos, vecinos, desconocidos (pero que rondan su espacio) y cada uno de los sitios que además de recorrer ha consumido hasta convertirlos parte de sí.
Es un poeta que desde el principio comprendió que los registros de su tierra pesan sobre los registros de otras tierras que no se apegan a su realidad, así lo que menos podemos hallar en su obra es una distorsión de lo real, de las acciones diarias de la gente que lo rodea, de las actividades implícitas que como poeta capta y atrapa para convertir en versos.
Sus poemas son un testimonio afianzado a la propagación de su espacio vital: Santa Ana (cantón donde lo rural prevalece ante el lento desarrollo urbano), pero también Portoviejo y Manta, ciudades a quienes ha escrito descubriendo rincones desapercibidos por quienes marchan atrapados en el acelerado trajinar de este siglo.
Manabí es su poesía y fuente de vida. Ha poetizado desde sus montañas hasta el desconocido vendedor de esquina. Enaltecido el valor de los pueblos diminutos dentro de esta provincia ante el deshumanismo e individualismo generado en las ciudades en desarrollo, aquello que le enferma y hostiga, logrando cada vez que su poesía vuelva a hacerse de los mismos elementos naturales y humanistas que representan su obra.


Elementos naturales vivificando su obra
La naturaleza es el material con el que el autor ha elaborado casi toda su poesía, los elementos que la habitan (árboles, hierba, montañas, ríos, pájaros, mariposas, caracoles, frutas, etc.) esencia de su estética. Sus versos describen y protegen su círculo natural, lo vivifican en cada verso para perdurarlos, pero además para significar la importancia que tienen dentro de su conservación.
Su poesía brota de las cosas sencillas que lo continúan rodeando desde la niñez y adolescencia, por ello no es de asombrar que sus libros y títulos de poemas nos remitan a formas y vidas naturales. La Montaña, es una de sus obras que expone explícitamente -desde el inicio- su preocupación por la preservación del estado natural de zonas rurales. Y es que la ruralidad, más que un inacabable temario, se vuelve en él un estricto y obligado círculo del que aún no ha conseguido explotar en su totalidad: siempre faltará algún insecto que escape a ser convertido en poema para librarlo de la extinción.

La Paz: un canto para todos los tiempos
Desde sus primeros libros podemos identificar una línea específica que aboga por un mundo libre de conflictos bélicos, proponiendo hermandad y confraternidad entre habitantes de pueblos, ciudades, países y continentes (aunque la historia nos recuerde como cicatriz aún abierta que en la práctica es casi imposible lograr tal anhelo); lo que en los últimos tiempos se ha conocido como la cultura de la paz, a lo que Hidrovo es un convencido -y no se cansa al pretender convencer al lector- de que las sociedades funcionan mejor en armonía, sin el recurso de la violencia atentando en la retaguardia y clandestinidad.
Pero ¿es casual que el poeta nos hable de estos temas? ¿funcionaron sus poemas en sus días de publicación? ¿lo hacen en este tiempo de caos, terror, fanatismo y corrupción?. Es cierto que la poesía no cambia nada: no es decreto constitucional, fórmula revolucionaria, grupo subversivo, o medicina contra las desdichas humanas; solo son palabras, combinaciones silábicas, oraciones y versos capaces de sensibilizar a quien se refugie en ellos, de compartir ideas hasta reproducirlas, ¿qué cambios podrían provocar en humanos en formación?.
No en vano el poeta ha dedicado su vida a escribir en pro de la paz, recurriendo al lenguaje directo, ideas concretas y mensajes perdurables. Siempre ha pensado en ese lector aún no contaminado por las ciudades (niños), por sus frivolidades, individualismo y depredación instantánea. Y esto es fácil entender en sus primeros poemarios Los pájaros son hijos del viento y Manzanas para los niños del mundo, donde el contexto (década del setenta, grupos hippies, lemas como amor y paz, etc.) lo sitúan a construir una obra que no pierde el hilo conductor en ningún momento -en ambos libros se repite la urgente necesidad de enseñar y vivir en paz- y que sostiene un discurso hasta en la actualidad perdurable.

El amor, un lugar común e infaltable
Así como la paz es un tema presente en la obra de Hidrovo, también lo es el amor, pero no solo el dirigido a la persona del otro sexo y complemento de vida si no a familiares, amigos y todo aquel ser cercano que ha hecho más placentero eso que el autor ha titulado acertadamente La maravillosa sensación de vivir o Vivir en amor (dos de sus poemarios).
Se vuelve un lugar común porque está presente en toda su obra, es infaltable y repetitivo, pero justificado: el poeta acude a él con embeleso y experiencia, porque el amor se vive y sufre, se crea y destruye con los años, perdurando solo el recuerdo que en algún momento pasará del sentimiento interno a la transformación externa: poesía.
Sus poemas no hacen más que volver una y otra vez al círculo eterno del amor, porque allí se regocija su autor, enalteciéndolo, extrayendo de él todo su potencial para explayarse en su poesía. Entonces los elementos naturales, los ideales y la carga emocional se juntan hasta lograr acertados versos que no caen en la sensiblería, porque a la larga el amor deja de volverse sensiblero y pasa a convertirse en el emblema más idóneo para quienes han elegido ser sus representantes.

Itinerario de viaje en su poesía
Hidrovo ha sido un “caminante” (usando una de sus palabras preferidas), ha recorrido el mundo y registrado en su poesía cada uno de los lugares donde se ha negado a ejercer el papel de turista y optado por el de transeúnte solitario para compenetrase en las ciudades que lo han acogido, conocerlas desde sus entrañas y no mediante postales. Su obra es un itinerario de viaje que no pierde en ningún momento sus características, ni falta en el uso de sus elementos poéticos.
A pesar del recorrido logrado no renuncia a sus raíces, porque siempre tras los pomposos parques, estatuas de mármol, naciones desarrolladas, vuelve al pueblo de Santa Ana para contemplar sus montañas y ríos; a pasear entre las tumultuosas calles de Portoviejo y bajo árboles de tamarindo ver nuevos ocasos; a contemplar el mar y las gaviotas de Manta. Siempre vuelve a su círculo de vida donde la poesía no encuentra estancamiento.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Alcanzar la estatura verde y profunda de Horacio, es en vano suicidar el píe a escalas interminables:cae el cielo con sus torres, se desmorona la frente del acantilado, pero el nombre de horacio, queda limpio y sencillo como una estrella de agua en las lineas del firmamento.Yo dirìa que es su esencia la que hay que descubrir , si un día nos sacamos los zapatos, la camisa al viento, y logramos pisar la hierba de su humildad;porque en ella reside la estela de sus intinerarios poèticos.Hombre sabio, que lejos de ostentar laureles internacionales, siempre camina en silencio y no se vanagloria de lo que sussurren salas de crìtica academica, aquellos ,que siempre esperan una limosna de elogio para satisfacer sus vanidades literarias(y no lo digo yo, lo dijo Chintolo).,Horacio siempre vuelve de sus horizontes con la misma camisa que le bordò la aurora, con el rostro sencillo, y con una alforja llena de versos , a manos llenas para su pueblo( y lo digo yo, que fue mi profesor en el Olmedo en 1991, y porque soy santanense). No creo en la localidad del estro amigo, creo que ellos son quienes se arrinconan , se regionalizan , ya sea por falta de apoyo por parte de la entidades culturales, o por distintos motivos, el poeta debe caminar, asì lo dice usted, o como dijo Huidrovo"el poeta es un dios pequeño que debe perdurar en crear", y muchas veces no lo hacemos, porque dejamos que el tiempo no de el hachazo;o sólo callamos, entonces hablamos del poeta que sin soñar ver su nombre detrás de la vitrina de una editorial, o hacer rebanadas de su memoria para que lo engulla a fuerza el mundo, deja de vivir para sus egos , y vive la poesìa, en estado puro, la hace sus religión , su credo, y convive con ella. Por eso creo que Horacio es de una identidad mundial, y no de una localidad muerta, aunque ojos ciegos lo vean así. A mis 33 años ,sin menospreciar la literatura actual, creo que Horacio es la última luz que nos queda de poeta sencillo en la tierra, aunque su nombre siempre viva en comuniòn esplendorosa con las estrellas!!!!.

alexis cuzme dijo...

ummm...Podría ser.

Horacio Hidrovo Peñaherrera dijo...

¿podria ser? ¡Carajo, alexis! Soy el mejor poeta de america y solo tu, ubaldo, y otros pocos no lo quieren reconocer! ¿Hasta cuando? Ya me estoy hartando y un dia de estos los voy a poner en su lugar.