Bebo con fe el brebaje para descifrar las líneas del fuego
Rafael Arteaga
Un extraño libro me ha llegado. Lo de extraño es porque aún no encuentro una clasificación para su contenido: ¿poesía, narrativa?, aunque más bien Líneas de fuego (Ramaar editores, 2007. Escrito en español e inglés) de Rafael Arteaga, es uno de esos libros que no se proponen clasificación, si no romper los esquemas de los convencionalismos hasta volverlo un arcano dentro del panorama literario -por lo menos de Ecuador-, y en cierta forma lo consigue. La duda reside porque el texto, entre las historias que presenta, se enfrenta a un discurso de trasfondo muy semejante al que contiene la Biblia: con el uso y abuso de las alegorías con mensaje y moraleja incluidas; discurso que, sin embargo, no contrarresta el reflejo de la madurez literaria a la que ha llegado el escritor y que confirma en esta nueva obra.
Como lector de la obra de Arteaga debo confesar que esperaba un libro con las mismas características de sus antecesores El armador de relojes o Amores estériles donde la poesía dominaba el contenido, pero a pesar de no ser poesía lo que presenta este texto -si no escuetamente- la esencia de su literatura permanece intacta, porque las recurrencias de historias moralizantes siguen ahí, enfrentándose al lector.
Si bien no es un libro fácil de consumir, porque a ratos se vuelve complejo, imposible de descifrar y entender, es notorio el trabajo con las palabras, no como se está acostumbrado a leer, pero es en ello donde está el valor de este libro: en su estado de raro y fenómeno literario, escrito exclusivamente para ese nicho que antepone la fuerza espiritual -donde lo natural y ancestral cobra nueva fuerza, y la sabiduría y filosofía retornan a la literatura- a esa superficialidad que se publica, consume y alaba.
Libro extraño donde habitan frases interesantes, productos de quién sabe cuántas reflexiones e insomnios, demonios desterrados o simples trascripciones de una vida enriquecida del recorrido por el mundo y sus misterios. Así encontramos frases como: “Ningún cráneo es distinto a los demás, ningún nombre causa miedo o compasión luego de muchas lluvias y soles”, o “Las huellas en el camino son siempre últimas para el siguiente paso”.
Líneas de fuego cumple con su objetivo titular: volverse una brasa en su recorrido lineal dentro del escabroso camino de la literatura ecuatoriana. Quizás su rareza lo vuelva incomprensible por algún tiempo, pero al ser el fiel y sincero testimonio de un autor maduro, al que no le interesan las tendencias de actualidad, sino más bien escribir para sí, con rigurosidad y complacencia, justifica cualquier intento por menospreciar esta obra.
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