domingo, 11 de mayo de 2014

Elegía a la nada




Lo peor es no saber qué escribir, estar frente al monitor media hora o una hora, en blanco y vacío, con las piernas y nalgas dormidas, con los ojos parpadeantes, con la desesperación hincando en hombros y columna, con la chispa falsa a cada rato borroneando textos inútiles, contemplando el reloj (porque uno se rige por horarios) y saber que el tema no llega.
Entonces el sentido común, freno y voz, aparece y me grita de vez en cuando: “calma loco, no te aceleres, deja que fluya la nota”, y la nota (léase texto) no fluye, nada fluye, es un vacío, una pérdida de tiempo el pasar sentado, escuchando como suena el segundo álbum de la banda preferida, volteando en busca de un punto interesante en la casa o donde se esté, esperando la “iluminación” para arrancar, y nada llega, todo es un vacío, rebotes de un eco sin fin. Pasividad.
La nada. Escribir en torno a la nada. Hacer variaciones sobre ella. Delirar un poco, tal vez mucho. Nada, la nada, que es, en este momento, un todo. Una mortaja blanquecina que va abrigando, que va cantándome una canción de letra tenebrosa, que va durmiéndome con su canto, que va susurrándome: “para, devuélvete, cierra el archivo, regresa a un lugar mejor, aléjate”.
A veces quiero escuchar esa voz, pero me arrepiento. Quiero contar cosas, cosas que vayan quedando para mi propia memoria, cosas que ya no volverán o que regresarán de mejor o peor manera, cosas grandiosas y también lamentables, cosas comunes y espectaculares, cosas. Ser y no ser yo en el texto, ser solo un reflejo exagerado de lo que soy, o lo que pretendo. Cosas que me ocurren y otras que invento porque no logré que ocurrieran. Cosas que otros callan porque para ellos deben guardar un orden y estar alineadas a una moral que irrespetan. Cosas.
Idea, caja con ideas, ideas de repuesto, ideas como frutas de un árbol, para ir tras ellas, tomarlas, engullirlas, expulsarlas. Ideas revoloteando mientras yazco sobre mi silla, mientras la pantalla continúa iluminando mi rostro, mientras el cuarto álbum de la banda preferida va por la mitad. Ideas, sencillas y complejas. Ideas.





Y paso a la pérdida total: abro el Facebook, quizás allí, donde todos cuentan sobre todo, donde las intimidades más escabrosas hasta las ridículas flotan con dueños generosos. Nada, nada sobre nada, puro lugar común la vida de querella, amor y deploración  de todos. Cuerpos y palabras, más cuerpos menos palabras. Todo que contar y nada después de esa abundancia. Tributo a la nada.
Y el resultado es la nada, no hay tema, no hay historia, solo la nada, la pantalla iluminando más de la cuenta, el sexto álbum de la banda en su mejor canción, y tal vez por eso no he bajado la cabeza, sino que la muevo al compás de la melodía, quizás es eso lo que me ha permitido continuar.
No he logrado ser como los otros, ese batallón que dispara porque puede, que dispara salvas, que dispara sin un blanco específico. Ese batallón que escribe y publica, que escribe garabatos y publica, que escribe mientras sueña sin aterrizar, que escribe porque ha aprendido un par de frases, porque las palabras están en el espacio, como el oxígeno, y son gratis. Ese batallón sin vergüenza, con muchas ínfulas e ideas obesas.
Pero y ¿por qué me preocupo por ellos? ¿me debe importar lo que escriban o dejen de escribir? ¿me debe interesar leer lo que se han atrevido a escribir porque pueden, aunque no deban? Lo cierto es que me volví un intolerante conmigo, por no leer más de lo que escribo, por solo comprar libros de autores extranjeros. A repetir lo que hacen otros: leer solo a quienes pertenecen al mismo círculo, ignorar a ese resto que no necesita de uno, que puede valerse solo, que son un éxito entre sus similares.
La nada, la nada que ha llegado para quedarse. Que me contempla desde mi reflejo en el monitor. La nada que absorbe, que va irritando los ojos, que va sumiendo en un sueño. La nada de la sicodelia. Nada de realidad atemorizante, porque nada llega con ella, nada de lo cual escribir, nada de lo cual reflexionar y escandalizar. La nada y su burbuja indestructible. La nada que no estalla, que sigue en coma, que ha jurado seguir frente a mí hasta que decida la derrota. Nada sin caracteres, nada de nada.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando no tengas nada que escribir no te olvides de la literatura autobiográfica. Escribe sobre ti mismo con todo el valor y el coraje que se necesita para hacer una autoreflexión profunda de cada día de tu vida. Ten cuidado porque se te puede convertir en un hábito demasiado arriesgado para la gente que te rodea y alguien puede sentirse demasiado expuesto o traicionado en su confianza. En LLEGARAS TARDE A LA PLAYA los protagonistas en su mayor parte los jefes de Pulido todos eran ingenieros con apellidos extranjeros precísamente para proteger la identidad de las personas que le daban un trabajo al chiflado de Pulido, que siempre andaba con la cabeza toda loca y escribiendo cartas políticas a los periódicos y metiéndose en problemas con todo el mundo.