jueves, 7 de febrero de 2008

Ángeles y magia desde Loja





La literatura contemporánea se ha caracterizado por retratar a las ciudades desde sus entrañas y escondrijos más inusuales, mostrando muchas veces la realidad tal y cual es. Con personajes capaces de desatar sus más bajos instintos y dar paso al horror que guardan dentro de sí.

Al leer Alas (CCE, 2006) de la lojana Paulina Soto, no solo que no he encontrado ninguna similitud de la literatura urbana que actualmente se escribe, sino que me he refugiado junto a cuentos donde la magia, el amor y desesperanza por hallar un mundo mejor, parecen encontrarse después del sufrimiento y expurgación de pecados (para quienes crean en ellos). Y aunque no parezca, también rondan personajes que desatan sus bajos instintos y dan paso al horror que guardan dentro de sí.

Se trata de cuentos que logran un debido soporte en las leyendas que han sido parte del desarrollo individual de la autora. Porque quién en su infancia no descubrió de boca de su madre o cualquier otro familiar a duendes, hadas, ángeles, brujas, monstros, y todos aquellos entes de forma no convencional, que abundaban en cada escondrijo dentro o fuera de casa, en la oscuridad de las calles o en las montañas del campo o del páramo, para aterrarnos con sus travesías o perjurios en contra de la humanidad.

Alas no es un cuentario de historias impactantes, aunque se deje leer fácilmente. Explico: las historias son envolventes, atraen al lector de forma directa, quizás por esa ingenuidad que muchas de las veces presentan los personajes o incluso las situaciones increíbles en las que suelen encontrarse. Es rescatable la imaginación de la autora, que vuelca su talento ficcional hacia el desarrollo de leyendas urbanas y rurales que han sido parte de su cultura, pero de ahí a que pretenda ofrecer un libro sobresaliente queda un largo sendero por transitar. Sin embargo cuentos como El hada y el duende o Equilibrio, hacen que valga la pena consumir esta obra.

Hay ligadura en casi todas las historias, porque las temáticas y personajes intentan sobrevivir y transitar en cada una de ellas. Quizás cuando la autora tome en cuenta los cierres en sus historias, para que dejen de tener ese aire de moraleja explícita que a larga termina sobrando, logre mejorar sus cuentos. Mientras tanto felicitaciones a Paulina Soto por esta obra que por momentos nos ilusiona con la idea de que el amor lo puede todo (lástima que la realidad nos demuestre lo contrario).

¿Escritor negativo?




Es temprano por la tarde y ha llegado hasta mi trabajo una joven que me trata de joven (sospecho que tenemos la misma edad, sin embargo sigo siendo para muchos un menor, de apariencia), dice ser narradora y pupila de un escritor de vieja guardia conocido por estos lares. No ha pasado mucho tiempo hasta que me ha dicho: la literatura que debemos hacer tiene que ser positiva y no negativa.

Puedo ser el flaco más sonriente que esta ciudad jamás haya visto, pero mi naturaleza no es la de ser el típico hombrecito que recorre las calles alegremente. Por eso el encasillarme como un tipo amargado y fúnebre, resulta aliviador para muchos que se preguntan quién mismo soy.

No puedo escribir acerca de lo positivo de la vida (algunas veces lo he intentado, pero resultan narraciones y poemas eróticos, ¿será que mi concepto de positivismo solo existe en el plano corporal? habrá que preguntarle a Noemí), porque no lo es todo; mi entorno no es el paraíso artificial que muchos escritores y no escritores viven diariamente. Mi entorno está plagado de violencia callejera, de hurtos, de necesidades, de oportunidades negadas, de envidia, de madres desesperadas, de padres resignados a lo peor, de amigos alucinados, de metal, mucho metal que habla de venas cortadas, cuellos adornados con sogas, estómagos repletos con píldoras, cabezas agujereadas por balas. Mi vida no es la vida rosa que mi amiguita le gustaría leer. Trato de no ser negativo, si no realista.

Pero es verdad: no tengo una vida nefasta al cien por ciento. Tengo una esposa que me ama, un bebé que solo sabe comer, gritar y gastar pañales como un fumador empedernido lo haría con cigarrillos. Una madre y padre, que aun divorciados son un soporte afectivo, hermanos con quienes cruzar palabras en torno a música y libros. Sin olvidar que de vez en cuando hallo libros cautivadores, encuentro con quienes charlar hasta el agotamiento, publico un nuevo número de mi revista de rock, y encuentro calma para pensar y borronear poemas.

Y sin embargo me resulta inconcebible escribir literatura positiva: estimular al lector a que vea el mundo con ojos sobrecargados de ternura, aflorar en él valores para hacer de este planeta un lugar mejor. No es lo mío. Ya existen autores que escriben acerca de lo positivo, aquellos que ostentan la bandera de la motivación personal, aquellos que han logrado resultados económicos precisos. Podría hacerlo por dinero, pero no tengo la menor motivación para escribir y motivar a los demás a hacer todas esas cosas que no hago.
Tal vez no fallan quienes me encasillan como un tipo sombrío. No puedo escribir de las cosas hermosas que nos rodean porque no son las que más me atraen para volver literatura. Entonces retratar la realidad tal y como es (con harta imaginación para volverla más escabrosa) no tiene nada de malo. Porque aún después de narrar y poetizar los horrores que nos circundan, el mensaje y la advertencia están implícitos: las ciudades son peligrosas, debemos andar con cuidado, la violencia aguarda desde las sombras hasta la claridad. No es ser negativo el escribir y describir la cotidianidad.

Ha pasado más de media hora para que la joven decida marcharse. Vuelvo a mis actividades, no sin antes poner en el reproductor Another face in a window de Antimatter. En el fondo creo que no se equivocan quienes dicen que soy un tipo fúnebre, obsesionado con metal que habla de venas cortadas, cuellos adornados con sogas, estómagos repletos con píldoras, cabezas agujereadas por balas... subo el volumen para apaciguar el perturbado espacio interior.