He terminado de leer El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina, una novela vieja, publicada originalmente en 1987, cuando tenía siete años y la literatura y todo lo concerniente a la creación literaria me era desconocido, entonces mi entorno era mi madre, padre y hermano; la urbe un sitio apacible, casi olvidado en los bordes marginales de la ciudad, aquella conquista a la naturaleza. La ciudad -mi Manta: turística, empresarial, violenta, punto migratorio, ojo de huracán, etc.- no era mi castigo, menos el laberinto en el que me desplazo y protejo cada día.
Recuerdo la novela, sus personajes sombríos, las escenas en blanco y negro recreadas en mi imaginación, la vida y muerte atrapada en su trama, y no se me ocurre nada más sensato (insensato, reflexiono) que salir de casa, llegar hasta el centro y recorrer las calles -tal y como hace algunos años lo hacía-, enfrentarme a los demonios que aguardan pacientemente a un individuo solitario a quien violentar.
El jazz de la novela no me ha invadido, prefiero rock: clásico y sensible, moderno y deprimente. Crying in the rain de Whitesnake me acompaña, la voz de David Coverdale me atrapa con sus agudos; no hay lluvia, ni lágrimas recorriéndome las mejillas, solo la brisa marina que choca contra mi cara, revuelve mi pelo y me enfrenta a cada paso al desconcierto de mi ciudad.
Fue invierno en Lisboa mientras frecuenté las páginas del libro, ahora es verano en Manta: otro corriente día de calor, recuerdos y literatura.
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