lunes, 4 de octubre de 2021

La satisfacción de la venganza

Nunca fui el que jugaba a las escondidas y nadie lo buscaba. El que en el recreo huía del abusivo que ayudaba a “compartir” el lonche. El que recibía puñetazos en los hombros para que fuera endureciéndose. Jamás a quien el chicle de otros terminaba en su cabello o pantalón. Nunca el que se paseaba por el colegio con el letrero de “pégame una patada”.

Siempre fui una sombra a la que pocos hacían caso, un invisible, una nada ambulante que la mayoría ignoraba. Y esa condición en la etapa escolar y colegial me mantuvo al margen de ser la víctima de muchos. No así algunos de mis compañeros, que gozaron cada año de renovados abusadores y formas de hacerlos sentir inferiores. Nunca vi alguna manifestación de venganza que reivindicara cada afrenta.


 

Por eso cuando vi Oso Polar (2017) de Marcelo Tobar, sentí una especie de dicha macabra y perturbadora. Algo así como la proyección de lo que me hubiera gustado ver: sangre y desesperación en los abusadores, perdidos en su última gracia. Entendí, en cierta medida, a Heriberto, el protagonista de esta historia cargada de resentimiento ante esos otros, siempre sobre él.

Una película que me gustaría algún día puedan llegar todos aquellos niños y adolescentes de mi época, aquellos violentados de tantas formas; quienes se inundaron con sus lágrimas; a quienes nunca encontraron cuando jugaban a las escondidas; y que en casa contemplaban con rabia el chicle pegado en el trasero de su pantalón.       

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