sábado, 13 de agosto de 2022

La maldad y su ritual

 La religión no es el principio y fin en las decisiones del individuo, depender de ello es un gran error. De ahí que quienes se han proclamado los representantes de una divinidad se aprovechan de la ingenuidad del otro. Ese que solo necesita las palabras (o la palabra) adecuadas para acceder a todo capricho impuesto.

Aceptar el designio es otro de los problemas comunes del individuo básico, porque aferrado a esa fuerza “superior” no acepta que la vida y la muerte tienen una relación estrecha y recurrente en la que nadie puede intervenir. Por eso el fanatismo implorante capaz de entregar una vida por otra, sofocante en su conexión, traumático en su representación simbólica.     

De eso, y más, va El diablo a todas horas (2020) una película que habla de la muerte como un acto de sobrevivencia. Que recrimina a la vida la ausencia de padres e hijos; que marca el punto final a pervertidos que han disfrutado dañando a otros. Una historia para reconocer, nuevamente, que la paz a veces, irremediablemente, debe lograrse mediante actos sangrientos.