domingo, 27 de marzo de 2022

Librerías de viejos

¿A dónde van los libros de nuestras bibliotecas personales cuando morimos? ¿Los escritores se desprenden de los libros de sus contemporáneos y de autores más jóvenes? ¿Cuándo un libro termina en una “librería de viejos”?

Hace poco mientras visitaba y hurgaba el fondo editorial de una “librería de viejos” en la ciudad de Cuenca, en medio de aquellos 30.000 ejemplares según su dueño, pensaba en muchos de los libros que estaban ahí. Libros con una edad de hasta 60 años de antigüedad; libros de ecuatorianos que oficialmente estaban agotados, sin embargo, ahí estaban algunas joyas literarias difíciles de encontrar.

Dos horas ante montañas desparramadas de libros; títulos que daban cuenta a autores de varias ciudades del país, algunos mejores que otros (de este grupo se encontraba casi toda su bibliografía).

Pronto encontré una particularidad en un grupo de libros: todos estaban dedicados a la misma persona; un escritor cuencano de renombre nacional. Ese conjunto de libros tenía algo en común: sus autores eran contemporáneos y hasta menores (en edad). ¿Cómo terminaron ahí? El escritor al que estaban dedicados visitaba, según un amigo del dueño, la librería frecuentemente. ¿Los cambió, remató?


Es sabido que el negocio de las “librerías de viejos” consiste en comprar bibliotecas a precios de gallina con peste, a veces canjear libros de los clientes con libros que deseen. Miles de libros, y en medio de todo ese paisaje de papel algunas perlas.

¿Dónde terminan los libros que uno como lector busca, lee, conserva y resguarda en su biblioteca personal? recuerdo a Dean Corso, desde Theninth gate, comprando dos ejemplares de El Quijote a un precio mínimo, que lo hacía para ayudar a los familiares a desprenderse de esos libros viejos, afirmaba; y cerca, siguiendo la transacción el dueño de aquellos ejemplares (un anciano postrado en una silla de ruedas que ha perdido el habla) retorciéndose de impotencia al ver como sus hijos son estafados, porque esas obras únicas, para coleccionistas, tenían un alto valor económico. 

Quienes están detrás de las “librerías de viejos” tienen olfato para adquirir libros, también suelen ser estafados porque tienen montañas de libros irrelevantes, pero en rincones, a veces ocultos, brillan obras que debieron tener un mejor fin, en otras manos y mejor cuidado. 

martes, 22 de marzo de 2022

Huir

La vida es una trampa, andar en círculos, repetir la misma escena hasta que la oscuridad lo abarque todo. Nada más, solo eso como el gran secreto de la existencia. A esta reflexión arrastra Hu Bo con su debutante An elephant sitting still (2018). Una película que en sus casi cuatro horas de duración sumerge al espectador en la vida de cuatro personajes que tienen en común la huida, una simbólica y desesperante marcha donde no los alcance la realidad, aquella turbulenta calamidad que los perturba. 

Un drama que remite a la soledad de personajes que dentro de su imaginario se sienten que desencajan, que sus anhelos no logran satisfacerse, porque nada funciona como ellos quisieran, entonces la vida y sus sorpresas le van dando toda la oscuridad posible para que las sombras los engullen en su totalidad.


Un día, dentro del film, basta para atiborrar al espectador de preguntas que tal vez no encuentren respuestas sensatas, porque la realidad (aunque provenga desde la ficción más radical y decepcionante) se sostiene de juicios que la experiencia ha legado como herencia, una herencia para marchitar toda esperanza de cambio.     

domingo, 20 de marzo de 2022

Escritores, abombando por todos lados

Ser escritor y vivir de lo que se escribe es un sueño frustrante. Un sueño que no es para todos. Pensar, escribir, corregir y publicar, pasos sencillos que casi nunca se respetan y alcanza. Toda una legión de soñadores que intentan llegar a ese ritmo de vida, sin embargo, pocos lo logran. Y en medio de esa comunidad de creadores solo sobreviven los persistentes, aunque este recurso masoquista sea más desgastante que la sobrevivencia misma.

Este ascenso tiene caídas espectaculares: rechazos de editores que detestan a los autores débiles en su literatura, esos enclenques que abusan de las historias increíbles y amorfas; los escritores perfectos que están convencidos de que cada una de las páginas pensadas y redactadas son pequeñas obras maestras que no deberían rechazarse; los ridículos que de la nimiedad se ufanan como si se tratara del mayor de los logros. Escritores, abombando por todos lados.


 

Y en medio de todo esto Sueños de Bunker Hill (1982) de John Fante, una novela donde Bandini, el escritor, hace de todo para sobrevivir y llega a codearse en el mundo del cine, donde no solo intenta escribir guiones, sino que se burla de todo cuanto ve: ese espectacular, por ratos increíble y ridículo panorama de lo banal y vacío, un mundo pensado para consumidores pocos exigentes de productos de calidad.

Una novela para reconocer la resistencia del escritor, sin importar el fracaso, los periodos de inactividad, la vida bofeteándolo y con ello legándole una experiencia que tarde o temprano utilizará como material de ficción.