domingo, 25 de abril de 2021

Una culpa inagotable

Miho y Toshio. Fotograma.

La dependencia hacia el otro, la traición a la pareja, el perdón como una farsa con la cual regresar en un círculo interminable a un reclamo que no cesa, el desprecio al reconocer que otros cuerpos y sentimientos pueden aparecer con los años, la locura como refugio contra la realidad dolorosa…todo este cuadro es parte sustancial de The Sting of Death (1990) de Kôhei Oguri.

En esta historia Toshio no solo es un escritor y maestro, también es la representación del miedo a la soledad; un terror que no lo dice, pero que se proyecta en aferrarse a Miho, la esposa que ha descubierto su infidelidad de algunos años, y con ella al vínculo de sus hijos. La familia como defensa ante el individualismo.

Un drama para preguntarse ¿cuánta dependencia hacia el otro necesita una relación? porque mientras Toshio cree librarse, tras la confesión, aceptación y reivindicación de su infidelidad, Miho en su reiteración busca llevar al límite a su esposo. No solo en sus escenas, en los celos acentuados, en la desconfianza y vigilancia, sino en aquello que en el fondo desea: que cargue con una culpa inagotable.    

¿El amor lo puede todo? a veces se trata de resistencia, de no dar un paso al vacío, de romper con la estabilidad. Por eso cuando la ex amante de Toshio los visita en su casa para entregarle un obsequio de sus amigos, y Miho la ataca e incita a que su esposo también la golpee, lo que se representa es la destrucción del sueño individual, porque ahí, en ese cuadro demencial y escandaloso solo perduran y se exhiben heridas que no han sanado y tal vez nunca lleguen a cerrar.


 

sábado, 24 de abril de 2021

“La invisibilidad del poeta responde a una necesidad existencial” Vinicio Manotoa Benavides

Leí por primera vez La máquina del grito en su versión manuscrito, una mañana de principios de 2011, mientras me refugiaba en una zona rural de Manabí. Ahí constaba como autor del texto Medardo Borva, seudónimo de Vinicio Manotoa Benavides (dato que conocería meses después cuando se hizo público al ganador del concurso universitario de poesía Alfonso Chávez Jara).

Este primer trabajo poético me acercó a la obra de Manotoa Benvides, un autor cuya propuesta me resultaba novedosa. Después de esta primera obra, y con el paso de los años, no volví a leer nada nuevo de su producción lírica, mas no así de sus reflexiones ensayísticas alrededor de la literatura ecuatoriana y extranjera.

En 2020 volví a leerlo, y su poesía demostraba que el silencio, había acentuado madurez en su nuevo proyecto. Este mismo trabajo, Los cuadernos del desamparo, acaba de publicarse y con ello ha surgido la posibilidad de dialogar a la distancia de su más reciente poemario y otras inquietudes en torno a la poesía.    

 

Vinicio, han pasado 10 años desde tu primer poemario ¿Por qué tanto silencio de tu parte?

No sabría explicarlo bien. Puede aventurar dos conjeturas. La primera: la necesidad de inventar un lenguaje en el que pueda sentirme cómodo. La segunda: el proceso -en mi caso lento- de aprendizaje y reflexión sobre el poema y sus cruces con otras esferas de experiencia, como la vida, la tradición literaria, la mirada.

Editorial Universitaria, Universidad Central del Ecuador, 2011.

¿Cómo le fue a tu primer poemario? ¿Qué objetivos lograste con esta primera publicación y qué quedó por realizarse?

La máquina del grito fue, sin duda, un libro accidental. Hecho de lecturas y tentativas de escritura que estaba descubriendo en aquellos años. Si puede hablarse de un objetivo para ese poemario, este sería más íntimo: insinuar un horizonte existencial. Creo que me ayudó a vivir la literatura de una forma distinta. Tomar una distancia radical con lo que se espera de un joven de esa edad y proponerte bucear, como diría Bolaño, en el abismo. En este sentido, podría decir que ese libro fue un rito de paso que me permitió asumir la escritura como un modo legítimo de habitar, ser, sentir, experimentar la vida.

 

Al ser una publicación de una editorial universitaria ¿Llegó a todos los circuitos comerciales del país? ¿Qué dijeron los lectores respecto a la obra?

La máquina del grito fue publicada por la Editorial de la Universidad Central del Ecuador como premio de un concurso de poesía organizado por Cristian López Talavera. En este contexto, el libro se distribuyó en circuitos vinculados con editoriales independientes, alternativas o cartoneras, vinculados con los talleres literarios dirigidos en ese entonces por Diego Velasco. El trabajo de Cristian fue, en realidad, muy bueno. En cuanto a la recepción, ¿qué te diré? Hubo de todo. Desde la lectura afectuosa que te ofrecen los amigos cercanos, hasta la lectura incisiva de los detractores. Aunque también tuve un par de lecturas críticas muy afortunadas, tanto por el rigor como por la perspectiva crítica empleada, que me permitió aprender. Pablo Flores Chávez, por ejemplo, rescató el valor estético de las técnicas de apropiación que yo había tomado de las vanguardias. Byron Nacimba, en cambio, opinó que se trataba de una propuesta sostenida en la dificultad, que hacía que ciertos momentos del texto se tornasen ilegibles. Ambos son poetas de mi generación a los que admiro, y a los que leo continuamente desde el afecto y el asombro.

Cuerpodevoces ediciones, 2021.

 

Ahora con Los cuadernos del desamparo ¿En qué se diferencia esta propuesta poética con tu primer libro?

Espero que se diferencie en todo. Aunque la pregunta existencial es la misma, he intentado inventar un lenguaje desde lo cercano. De ahí que recurra con frecuencia a una imaginería contemplativa del hogar y de lo cotidiano, a pesar que, por momentos, predomine cierto impulso delirante que me lleva a construir imágenes extrañas. Además, busco formas más concretas, más sencillas, menos elegiacas, en las que se insinúe un tono reflexivo que, desde mi punto de vista, es inasible al estatuto del poema.  

 

Este nuevo libro lo conforma una trilogía ¿Fue pensada y escrita pensando en la unificación de los tres poemarios o cada uno como un proyecto individual?

La trilogía fue apareciendo libro a libro, aunque los escribí de forma seguida. Recuerdo que Desértica nació como un juego para no aburrirme mientras asistía a una reunión del trabajo. Yo escribo constantemente, entonces pensé que se iba a tratar de eso, de un grupo de poemas sobre temas y obsesiones diversas que no llegan a constituirse en nada más. Pero luego volví a los poemas y me gustó el tono que estaba presente e inicié un ciclo de escritura que me permitiese variar con ese tono, en un conjunto de imágenes similares que tengan en común una sintaxis transparente. Ceniza sobre los árboles, por su parte, nació de la variación de esa sintaxis. Intenté experimentar formas de sabotear la estructura sin necesidad de recurrir a intervenciones abruptas, es decir, un modo de saboteo sutil de nuestra idea de lenguaje. En esta línea, Doctrina del principio se inscribe en una necesidad reflexiva de pensar las posibilidades del yo lírico en un enunciado donde predomina lo contemplativo. De ahí el anhelo reflexivo en el que naufraga la imagen sea, al menos eso espero, la idea de fracaso en tanto imposibilidad de la escritura para nombrar. Necesariamente, los había pensado como libros distintos, pero luego los pasé a ciertos amigos para que los leyesen y ellos me recomendaron que los trate como una trilogía, y lo hice así.

 

El poeta siempre es invisible en su ciudad ¿Por qué?

Creo que la condición de anonimato del ser humano en nuestra época debe tomarse como una oportunidad de reinvención personal. Hoy el gran reto es desconectarse del mundo, encontrar un lugar y tiempo apropiados para aprender a estar solos. Y eso no es fácil. Desconectase no es fácil. En este contexto, el lugar del poeta no sólo es marginal sino invisible para el ritmo de la vida contemporánea. Vivimos en la civilización del instante y en esta situación decidir tomar distancia para mirarse a sí mismo podría asumirse como una condición indispensable para la poesía. Por ello la invisibilidad del poeta responde a una necesidad existencial, o al menos eso creo. Desde lo invisible es posible aprender a nombrar de otra manera.   

 

¿Cuánto de la experiencia vivida tuya consta en tu poesía?

En realidad, muy poca. Lo que hay atrás de cada poema son imágenes arrancadas al delirio o a la contemplación. Pese a esto, la carga existencial presente es de otro signo: la visión personal sobre la vida y sobre la función de la escritura al tratar de darle forma, a pesar que esta sea, de antemano, una tarea absurda. Lo que hay de mi vida en el libro es apenas la tentativa de una pregunta para averiguar quién soy.

 

La infancia como un tema al que siempre se regresa ¿No es un lugar común dentro de la poesía?

Creo que fue Octavio Paz quién dijo que la patria de un poeta es el idioma. Pero alguien, cuyo nombre no recuerdo, dijo en cambio que de haber un territorio primigenio para la poesía este podría ser, sin duda, la infancia. En mi caso, la infancia es más que un tema. Es un espacio latente donde acontece el abandono y el deseo. El lugar desde donde busco definirme a partir de balbuceos que muchas veces no llegan a ningún sitio.

 

¿El desamparo como un argumento de constante conflicto para un poeta?

Más que un argumento es una forma de relacionarme con el mundo. Creo que una de las formas de resistir es cuestionar el paradigma del consumo, éxito y felicidad que nos vende la maquinaria capitalista. El desamparo supone un diálogo crítico con la realidad. Walter Benjamin rescató el concepto de melancolía del barroco alemán para hablar de alternativas sensibles al proyecto de uniformidad monstruosa de la Modernidad. Yo considero que cuando se han abandonado los mitos del progreso y de la democracia, el desamparo permite que una persona se mire a sí misma, y aprenda a reconocerse en su nulidad. Quizá así pueda dejar de escuchar las voces de afuera y también las voces de adentro, para intentar modular la posibilidad de una voz auténtica. Yo busco eso. No sé si lo he logrado.

 

Y respecto a la nada ¿Cómo se logra hacer poesía desde algo tan subjetivo?

Hace algunos años llevo leyendo los proyectos estéticos que han cuestionado la presencia del yo lírico en el poema. Desde los poetas concretos brasileños, las experiencias de Cage o algunos poetas conceptuales norteamericanos, o el caso de Rodinás o Maillard, más cercanos a nuestro medio. Considero que, en estas propuestas, de manera subrepticia, el yo es sustituido por la presencia fulgurante de la experiencia en su fenomenolidad. Pero no se trata de una experiencia que reivindique el lugar de lo humano en lo real, sino que lo muestra en su precariedad frente a elementos que tienen más peso, como pueden ser las cosas y los afectos que tramamos con estas, o el cuerpo mismo en su imposibilidad de arraigo conceptual. En esta perspectiva, la nada, como yo he intentado trabajarla en el libro, es un estado de liberación que busca anular la subjetividad en favor de otras instancias, tal cual puede ser el paisaje o la memoria de nadie o de cualquiera.