Más allá de lo obvio de Me estás matando, Susana (Roberto Sneider, 2016) donde el espectador es testigo de una relación tóxica, cargada de frustración, traiciones y dependencia, la película es interesante en un punto: cuando Susana fuga tras su sueño, acentuando la necesidad de su soledad ante la creación literaria.
La escena donde intenta continuar con la novela (la excusa que la ha llevado a otro país donde ha ganado una beca) mientras en el mismo espacio (una habitación) tiene a su esposo dando vueltas, hablando, caminando, tomando objetos, haciendo ruidos sin entender que el silencio es parte de la “magia” creativa que urge a Susana, y por ende a otros.
Un silencio que no es entendido en toda su dimensión; hay tolerancia, pero no una comprensión total de lo que se hace frente a una computadora, gastándose horas tecleando, a veces simplemente expectante de una pantalla que tarde y poco se va llenando de palabras, oraciones…
Un silencio capaz de aniquilar al otro, volverlo invisible, desaparecerlo mientras el proceso dure. Un silencio malo para el amor. Soledad inentendible.