domingo, 31 de octubre de 2021

Mi novia moribunda

Lady Killer de Aaron Stainthope.

 

El canto de las sirenas existe, quedé bajo su embrujo en mi adolescencia. Una noche, alguien me dijo tres palabras, la construcción de algo que escapaba a mi entendimiento, pero al cual caí rendido. Una fuerza musical y estética con la que me sentí a gusto (y en ese tiempo sentirse a gusto era la gran búsqueda, la cruzada personal). Una, dos, tres…el embrujo me envolvió, y sucumbí sin protesta, sonriente de ese final, que era el inicio de algo.     

El dolor, la desesperación, un panorama lúgubre donde los cuerpos batallaban desde su interior para no borrarse a sí mismos. El desamor, la contemplación por el otro, el vacío como único legado. La sangre copando, una marea roja que engullía todo pensamiento racional. Y la oscuridad arrasando la escasa cordura que se había ganado.

El canto, como animal rabioso, arañaba con desenfreno cada idea positiva que asomaba, y, al contrario, iba dotando de un desencanto por todo y hasta todos. De ahí los trazos de un decir afiliado a una tradición sangrienta; un repetitivo balbuceo para desentrañar el mensaje que me llegaba a raudales.

Con Mi novia moribunda aprendí que el dolor y las causas perdidas pueden servir como material ficcional, ese territorio del que uno es el único gobernador. A veces escucho, en los cánticos nocturnos, el susurro y aprobación de Stainthorpe, y eso es suficiente. 


 

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