jueves, 19 de agosto de 2021

Una negación radical

Negarse a la sociedad capitalista no es una tarea sencilla. Nacidos y criados dentro de ella, ejerciendo roles normalizados: familia, casa, carro, trabajo, hijos, cuenta bancaria... es difícil irrespetar un orden impuesto desde la tradición, porque así dicta la norma social. Por eso ¿Qué ocurre cuando se intenta apartarse de la “normalidad”? tal vez lo propuesto por M. Night Shyamalan en La Aldea (2004) de alejarse de la modernidad, negarse a la tecnología, rechazar la urbe y sus comodidades y con ello intentar preservar a sus herederos de ser parte de la sociedad y sus males.

Haneke va más allá en El séptimo continente (1989) porque no se trata de ignorar al capitalismo, de negarse a la modernidad (mientras que los roles intentan cumplirse de igual manera, pero desde una realidad precaria, como lo plantea Night Shyamalan). Lo suyo es una negación radical donde la familia se niega a ejercer cualquier rol impuesto. Un rechazo a todo lo que desde la “normalidad” se espera de una familia.

Por eso se destruye el mismo hogar, cada centímetro de casa, cada objeto que simbolice un recuerdo y presencia de ellos; por eso se vacía la cuenta bancaria y destruye el efectivo como un sin sentido al dinero; por eso se renuncia al trabajo porque la idea de “progreso” perdió valor; por eso los miembros de una familia prefieren injerir veneno y contemplarse desde la oscuridad y silencio, mientras se arriba al objetivo fatal.

Negarse a la sociedad capitalista es posible, pero tras la acción del desarraigo, solo los individuos cambiarán, dejarán de ser parte de aquello, aunque toda esa representación a la que se niegan no se inmute ni cambie.  


 

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