martes, 10 de agosto de 2021

El estigma del mal

Representar el mal es una tarea sencilla, basta con una acción que viole las normas de convivencia con los otros, que calcine el espacio alrededor, el de recuerdos y amistad, donde la familia y las buenas acciones parecían jamás terminar.      

Pero nadie escapa del estigma de representante del mal, porque ese sello lo acompaña a uno hasta el final, porque no importa la reivindicación, siempre se estará bajo la mirada intensa y sospechosa del otro, aquellos que no creen en el cambio, aquellos que están convencidos que el mal es inextinguible.  

Por eso en O que arda (2019) de Oliver Laxe, a Amador todos lo tratan desde la conmiseración de un culpable (aunque haya pagado su condena), amables pero alertas de lo que haga. Su madre quisiera decirle muchas cosas, pero prefiere el silencio. Sus vecinos desearían desterrarlo del pueblo, borrarlo de sus recuerdos, pero prefieren el trato amable hasta la mínima excusa de repudiarlo.

El estigma del mal jamás se va, continúa como sombra.


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