viernes, 21 de junio de 2024

Amar a dos y no morir en el intento


¿Se puede amar a dos mujeres a la vez? ¿Tener dos familias sin que ninguna de las dos sepa de la existencia de la otra? ¿Mantener dos hogares, poseer dos vehículos, tener el capital suficiente para todo ese conjunto que se “ama”? ¿Se puede hacer esto sin nunca ser descubierto?

Corazón loco (2020) de Marcos Carnevale, es una comedia, tal vez podría catalogársela de “comedia romántica” (así con comillas porque seguro a muchas y muchos no le causará risas) que se mueve en una trama sencilla y común, sobre todo en Latinoamérica donde el tema de la infidelidad parecía ser de rigor en cada relación sentimental. Un hombre y dos mujeres, un hombre de corazón “loco” que lo tiene todo.

La postura de su protagonista, más allá de la telaraña de mentiras en la que se mueve para hacer que su torre no se vaya a pique, es la que interesa. Porque Fernando ama a dos mujeres, no se trata (desde su posición) de un hombre casado y con amante. No, se trata de un hombre que ama a dos, que ha dividido su corazón en dos, que tiene un amor grande capaz de compartirlo y con ello lograr la felicidad total.



Esta posición (¿sin vergüenza? ¿normalizada?) es la que hace que esta trama despierte atención. No se está ante una nueva versión de Dos mujeres, un camino, menos alguna biografía de algún ecuatoriano promedio ostentando a dos mujeres, logrando que sus hijos desarrollen orgullo de la postura machista de su padre, no, estamos ante un modelo que intenta justificar la “posesión” de dos cuerpos, que anhela una deconstrucción ante la idea de la infidelidad. Un macho a carta cabal, como se identifica desde sus actos.  

En su posición de poder, su protagonista, teme no ser entendido, porque lo suyo está fuera de la traición, él es un innovador (que ha olvidado a los antiguos mormones o los musulmanes) incomprendido y juzgado por sus dos “mujeres” que en algún momento entienden su rol y cortan el lazo.

Quien esté libre de “pecado” que lance la primera piedra sobre Fernando y su postura. ¿Un corazón se puede dividir en dos y entregarse en igual proporción? ¿Podría preguntarle a mi vecino que es otro Fernando? ¿Cuántos Fernando andan por ahí orgullosos de su corazón loco? ¿Cuántas madres podrían sacar pecho (porque las hay) y decir que su hijo es también un Fernando?

 

miércoles, 19 de junio de 2024

Todo trabajo antológico tiene sus niveles

 



¿Que qué me atrae de una muestra narrativa de autores nacionales? La posibilidad de encontrar a nuevas voces, voces que están fuera del radar literario del país, tal vez que no han publicado o que solo lo han hecho en otras muestras y en espacios digitales, autores que me digan algo desde sus historias. Eso busco.

El Taller Cultural Retorno tiene varios años detrás de muestras poéticas y narrativas, dándole la posibilidad a que muchos autores, sobre todo quiteños, puedan difundir sus poemas o cuentos. Algunos de estos autores han continuado publicando y teniendo presencia en escenarios literarios, otros desaparecieron.

Como todo trabajo antológico tiene sus niveles, en este caso con historias que no despegan del todo, que son a penas tientos de algo mejor: incluso algunas que no dan la talla para un cuento, que solo llegan al relato anecdótico. Pero esto es lo interesante de libros de esta naturaleza: servir de contraste entre textos desarrollados y otros no.

En este contexto celebro las historias de Salomé Andrade González (El monstruo) y Alejandro Gallegos Rojas (Thordia, mi ramo de rosas), que por primera vez leo algo de ellos, además recomiendo, para quienes accedan a la antología, los cuentos de Juan Secaira (Perderse por mil despechos) y Cristian López Talavera (El lechuga). Todas estas historias en La hora terminó (2024, Taller Cultural Retorno).  


martes, 11 de junio de 2024

El pasado es una pregunta multiplicada


El pasado es una montaña empalagosa que el escritor extasiado en ella no para de devorarla hasta creer quedar saciado. De todo esto y más va el reciente poemario de Gito Minore (Argentina, 1976), Donde es imposible salir ileso (Clara Beter Ediciones, 2024). Un trabajo que desde las tres partes que lo componen (Tan intenso, tan bello; No pasó en vano el verano; ¿Escombros de lo que fuimos?) habla del ayer, del fracaso y del recuerdo como amalgama para amasar todas las conjeturas posibles.

¿Una autoflagelación? La voz poética reflexionando sobre lo que se es y se ha dejado de ser, sobre lo que se asume se es y también la apariencia del ser. Todo un entramado filosófico para abrir preguntas, cientos de ellas en torno al tema de la sobrevivencia o una contemplación fantasmagórica. De ese ahora que al final del día se vuelve a cuestionar una y más veces, que no termina de convencer, donde hay alertas, todas esas trampas que el mismo individuo se ha minado y pretender reventar. 




 

Todo porque en estos poemas persiste una desazón, una mirada al pasado, esas escenas para rememorar con quebranto e indignación, porque no hay recuerdo sin dolor, no hay dolor sin aprendizaje, solo el enemigo interior que es uno mismo. Así, el fracaso se presenta en cientos de formas, en cientos de voces y decires para aniquilar los sueños y la misma sobrevivencia.

La voz poética reflexiona —como debe ser la madurez de toda voz— de lo incumplido, del anhelo jamás alcanzado, de los intentos a media, de todos los casi que disfrazan el desenlace de la vida, esa meta que se va retrasando con vergüenza.

En estos poemas (y también las prosas poéticas) se evoca un pasado del que desde el principio se pone en duda de si el recuerdo puede ser manipulado hasta el límite de inventarlo todo. No de edulcorarlo, si no iluminar las partes ocultas, lo ensombrecido por los años.

Poemas duros, poemas para reflexionar, para ponerse en los zapatos de la voz poética. Tal vez porque la región es la misma, quizás porque la decepción es universal, lo cierto es que los poemas de Minore son de una factura envolvente que cumplen su rol esencial: volverse poesía vital retumbando en otros.  

martes, 4 de junio de 2024

Sobrevivir en un mundo sin trabajo


 

El éxito, dentro del mundo capitalista en el que nos desenvolvemos, se resume en poseer una casa, un carro, una familia, hijos o un perro, y, sobre todo, un empleo que logre sostenerlo todo. Un oficio cuya remuneración cubra los gastos básicos y lujos.

 

Esa vida, sin embargo, no es para todos, menos en países como el nuestro donde la precarización laboral se acepta con normalidad, donde los empleos y su salario básico solo cubren a media los gastos, donde las deudas (de distinta índole) se vuelven una sombra en cada individuo que lo persiguen y acorralan.

 

Nadie es eterno en un puesto de trabajo (ni los funcionarios del Estado), todos están propensos a ser despedidos por alguna razón. Aunque el sueño de muchos continúa siendo el de jubilarse en un puesto y luego intentar “vivir” de una pensión.

 

Pero ¿qué pasa cuando la desesperación por trabajar, aunque sea de forma precarizada, en lo que sea, se vuelve imposible? ¿Cómo reaccionar cuando se es de edad madura y los empleadores pretenden abusar y humillar? ¿Puede convertirse el anhelo de un empleo medio estable o estable en el causante de una ira desbordada?

 

Todas las preguntas anteriores tienen respuesta en Recursos inhumanos (2020, Ziad Doueiri), una miniserie para acentuar que el de terror actual no proviene de monstruos ni alienígenas, sino de un despido, de la falta de un trabajo, de un salario, de la imposibilidad de cubrir los gastos mensuales, de creerse un “inútil” dentro de la sociedad consumista.

 

Ese terror, sin duda, es el causante de una violencia que no se justifica, pero que lo intenta desde la desesperación: no tener dinero es desaparecer, sin qué comer, beber, donde vivir. Es la clausura a una vida “normal” dentro de un mundo que no da las garantías de mejorar, solo empeorar.