El éxito, dentro
del mundo capitalista en el que nos desenvolvemos, se resume en poseer una
casa, un carro, una familia, hijos o un perro, y, sobre todo, un empleo que
logre sostenerlo todo. Un oficio cuya remuneración cubra los gastos básicos y
lujos.
Esa vida, sin
embargo, no es para todos, menos en países como el nuestro donde la
precarización laboral se acepta con normalidad, donde los empleos y su salario
básico solo cubren a media los gastos, donde las deudas (de distinta índole) se
vuelven una sombra en cada individuo que lo persiguen y acorralan.
Nadie es eterno en
un puesto de trabajo (ni los funcionarios del Estado), todos están propensos a
ser despedidos por alguna razón. Aunque el sueño de muchos continúa siendo el de
jubilarse en un puesto y luego intentar “vivir” de una pensión.
Pero ¿qué pasa cuando
la desesperación por trabajar, aunque sea de forma precarizada, en lo que sea,
se vuelve imposible? ¿Cómo reaccionar cuando se es de edad madura y los empleadores
pretenden abusar y humillar? ¿Puede convertirse el anhelo de un empleo medio
estable o estable en el causante de una ira desbordada?
Todas las preguntas
anteriores tienen respuesta en Recursos inhumanos (2020, Ziad Doueiri),
una miniserie para acentuar que el de terror actual no proviene de monstruos ni
alienígenas, sino de un despido, de la falta de un trabajo, de un salario, de
la imposibilidad de cubrir los gastos mensuales, de creerse un “inútil” dentro
de la sociedad consumista.
Ese terror, sin
duda, es el causante de una violencia que no se justifica, pero que lo intenta
desde la desesperación: no tener dinero es desaparecer, sin qué comer, beber,
donde vivir. Es la clausura a una vida “normal” dentro de un mundo que no da
las garantías de mejorar, solo empeorar.
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