Uno carga con la soledad como algo natural; traje maltrecho que se viste desde un ritual individualista, donde la normalidad mantiene un ritmo complaciente, porque hay vida, y en ese latido y reconocimiento de las cosas alrededor persiste una satisfacción suficiente.
Eso y más es Perfect days (2023) de Wim Wenders, el retrato de un hombre que parece disfrutar de su soledad, del silencio únicamente roto por la música (clásicos de una época que rememoran quizás un tiempo mejor, un tiempo de compañía), de una rutina que mantiene a toda costa y un trabajo que enorgullece, porque se hace con ahínco.
Es en esa cotidianidad donde su protagonista no solo se regocija, también da una lección: en las cosas sencillas habita la riqueza de un hombre, en la música se puede proyectar la vida, en recorrer la ciudad en bicicleta con el viento chocando en la cara, en ver los espacios que la urbe y su velocidad esconden…
Y aunque, dentro de la historia, este ritmo se interrumpe brevemente con la presencia de una sobrina que ha huido de casa y con ello se abren viejas heridas familiares con su hermana, o porque el amor parece no llegar más allá de lo platónico, siempre será un buen día para volver a la normalidad, a ese mundo en donde todo encaja y debe mantenerse así, porque la vida y la felicidad está en los detalles menos espectaculares.
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