El pasado es una montaña empalagosa que el
escritor extasiado en ella no para de devorarla hasta creer quedar saciado. De
todo esto y más va el reciente poemario de Gito Minore (Argentina, 1976), Donde
es imposible salir ileso (Clara Beter Ediciones, 2024). Un trabajo que
desde las tres partes que lo componen (Tan intenso, tan bello; No pasó en vano
el verano; ¿Escombros de lo que fuimos?) habla del ayer, del fracaso y del recuerdo como amalgama para amasar todas
las conjeturas posibles.
¿Una
autoflagelación? La voz poética reflexionando sobre lo que se es y se ha dejado
de ser, sobre lo que se asume se es y también la apariencia del ser. Todo un
entramado filosófico para abrir preguntas, cientos de ellas en torno al tema de
la sobrevivencia o una contemplación fantasmagórica. De ese ahora que al final
del día se vuelve a cuestionar una y más veces, que no termina de convencer, donde
hay alertas, todas esas trampas que el mismo individuo se ha minado y pretender
reventar.
Todo porque en estos poemas persiste
una desazón, una mirada al pasado, esas escenas para rememorar con quebranto e
indignación, porque no hay recuerdo sin dolor, no hay dolor sin aprendizaje,
solo el enemigo interior que es uno
mismo. Así, el fracaso se presenta en cientos de formas, en cientos de voces y
decires para aniquilar los sueños y la misma sobrevivencia.
La
voz poética reflexiona —como debe ser la madurez de toda voz— de lo incumplido,
del anhelo jamás alcanzado, de los intentos a media, de todos los casi que disfrazan
el desenlace de la vida, esa meta que se va retrasando con vergüenza.
En estos poemas (y también las prosas poéticas) se evoca un pasado del que desde el principio se pone en duda de si el recuerdo puede ser manipulado hasta el límite de inventarlo todo. No de edulcorarlo, si no iluminar las partes ocultas, lo ensombrecido por los años.
Poemas duros, poemas para reflexionar, para ponerse en los zapatos de la voz poética. Tal vez porque la región es la misma, quizás porque la decepción es universal, lo cierto es que los poemas de Minore son de una factura envolvente que cumplen su rol esencial: volverse poesía vital retumbando en otros.
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