"Se fue con algo mío"cuadernillo con breve selección poética de Medardo Ángel Silva. |
I
Un ritmo lento me gobierna. Un ritmo que susurra un lamento
que ha ido extendiéndose en las orillas de una realidad herida por la apatía.
Un ritmo de pausas y explosiones rabiosas. Un ritmo que habita en un espacio
oscuro. Un ritmo incomprendido que invoca a la muerte como una excusa
liberadora. Un ritmo que se ha vuelto la ausencia recurrente.
Ese ritmo encontré en los versos de Medardo Ángel Silva. En su
poesía de dolor acumulado, aferrado a un arcano simbólico que hipnotizaba, que
trasmitía una electricidad desconcertante. Una poesía de grito ascendente, que
chocaba contra toda esperanza.
Tenía veinte años cuando empecé a leerlo casi con obsesión.
Mientras transcurrían los días en la universidad, mientras recorría las calles
y me refugiaba con más insistencia en una biblioteca que ya no existe. Aniversario era un poema que hablaba de
mí, era yo, atrapado en un conjunto de versos. Fui ese joven tristón que
siempre miraba al vacío fumándose la vida.
Por eso, y por otras cosas menos poéticas y más mundanas,
conecté con su poesía. Un mar de devaneos que le cantaban desde un simbolismo
empalagoso, a la luna, las estrellas, a los meses del año. Una poesía donde el
dolor por la ausencia de un ser amado se volvió con lugar común. Y, sin
embargo, una poesía recargada de un aura melancólica y posesiva.
II
Los temas, el tono, la insistente manía de victimizarse, fue
lo que dejó asentado Silva en sus textos, tanto en El árbol del bien y del mal o en las Poesías Escogidas de Gonzalo Zalumbide. En ellos los poemas tienen
el mismo rictus de una voz poética desahuciada por el amor, por los días
recargados de oscuridad, por una tristeza cancerosa que se va regando conforme
se va adentrando en su obra.
El amor como esa masa empalagosa de la que se erigió una
fortaleza. Una donde la belleza radicaba en las figuras construidas a partir de
un sin número de fracasos. Una visión adolescente donde el ser un perdedor era
el designio asumido con orgullo. Poesía para sufrir, para drenarse la parte
infecta que latía en su pecho.
El alma como ese algo impalpable y subjetivo desde la visión
cristiana. El alma, la suya, la transmutada en paloma devorada por gavilanes,
la que late desde un pecho predispuesto a ser un blanco. Silva y su alma, aquel
despojo al que le cantó para vengarla de tanto agravio.
Yuliana Marcillo y Erika Pico, gestoras culturales y organizadoras del evento. |
III
El modernismo era toda la poesía que conocía, esa fuente
lúgubre de la que me alimentaba diariamente. Vivía por la poesía, transpiraba
poesía, creía que con cada verso podía dejar un testimonio de una vida atrapada
en la oscuridad.
Lo gracioso de mis lecturas, o específicamente de mi nexo con
Silva, es que mientras lo leía, encontraba un dolor extenso en sus versos, una
lloriqueante forma de ver su mundo y fracasos. Su dolor a través de los años no
solo llegando a mí, sino en cientos de otros lectores que como yo encontraron
en sus versos desesperantes una realidad tristona a la que aferrarse.
Un mundo poético invadido de hadas, princesas, reinas, otoños,
primaveras, corazones... no apto para quienes han mirado más allá de la
fantasía. Sin embargo, esa irrealidad pintorreada de rosa, tuvo trazos negros
de una lid donde el desaparecer con causa siempre fue un alegato.
Público local siempre atento a las actividades literarias. |
IV
Siempre me atrajo la idea de que un poeta decepcionado de amor
se haya volado los sesos de un balazo. Esa versión romántica de la historia
siempre fue atrayente. Y no dejó de serlo a pesar de que se puso en duda su
“suicidio”, diciendo que se trató de un descuido de un muchacho que jugaba con
un arma cargada.
Cierto o no, el mito del poeta romántico que se metió una bala
en la cabeza fue atrayente. Lo maldito persiguiendo su nombre. Su poesía dando
la certeza de que a Medardo Ángel Silva le pasaban muchas cosas, cosas de un
muerto en vida que clamaba por la parca para su redención.
Testimonio de eso este fragmento:
Encerraré en un claustro mi dolor exquisito
y a solas con mis sueños cultivaré mis rosas;
mi alma será un espejo que copie lo Infinito,
más allá del humano límite de las cosas…
(Divagaciones sentimentales V, p. 66)
O estos otros fragmentos:
Los dos somos distintos: tú llevas traje largo,
yo cambié mi sonrisa con un rictus amargo;
después de los dieciocho pienso de otra manera:
eso sí: sigo haciendo mis versos cada día.
Yo no puedo llorar, pero mi poesía
llora por mí; ¡son dulces y tienen tal encanto
las tristezas rimadas, los dolores en canto!
Yo creo que las penas algo valen si de ellas
conseguimos hacer unas páginas bellas…
(El encuentro, p. 109)
Si Medardo viviera en nuestra época, sin dudarlo fuera un emo,
un friki víctima del bullyn. Tal vez ya tuviera cicatrices en sus muñecas por haber
querido cortarlas con los dientes, o en su cuello las marcas de intentar
colgarse con papel higiénico. Sus borradores de suicidio como la fantochada
literaria local. Pero no, se metió o se le escapó un tiro, y con ello terminó
todo padecimiento. Un padecimiento que fue legado a todos sus lectores: una
legión de descorazonados, de nuevos emos decepcionados del amor y la vida; una
comunidad de sensibleros que después de leerlo en exceso decidieron contar sus
penas y clasificarlas como poesía. Lo sé, porque fui uno de ellos.
(Texto leído en el marco del homenaje realizado a Medardo Ángel Silva en Manta, jueves 7 de junio de 2018)Fotos tomadas de la cuenta de facebook de Erika Pico.
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