lunes, 25 de junio de 2018

Las muecas del amor

Portada del poemario.



El amor que duele
“Él era mi norte y mi sur, mi este y mi oeste, / mi semana de trabajo y mi descanso dominical, / mi día y mi noche, mi charla y mi música. / Pensé que el amor era eterno: estaba equivocado”, ha leído frente a la tumba, para luego desbordarse en llanto.
“Yosoytú no nos separes de mí”, le dice mientras la mira, y su mirada intenta explorar sus pensamientos.
“Me dices que te vas y siento que un volcán estalla en mi interior, sé que no volverás. No habrá segunda vez, ya todo terminó. No insistas en demostrar que es lo mejor para mí. No finjas, sé que lo haces por ti”, le canta, porque su voz es una telaraña que intenta atraparla a como dé lugar.  
Piensa: “El amor muerde, el amor sangra. Me está poniendo de rodillas. El amor vive, el amor muere. No es ninguna sorpresa. El amor ruega, el amor complace. Es lo que necesito”. La mira y continúa pensando. Es una máquina que piensa y suda con cada palabra.   
En todos ellos, personajes provenientes de la poesía y la música[1], creados desde el dolor, existe un nexo: la tragedia del amor mermó en sus vidas, los acabó, masticó hasta dejarlos convertidos en una masa que contempla su destrucción.
El amor drenándolos, insistiendo en dejarlos vacíos, puro cascarón perdido. Una autodestrucción implacable que los devora, que los ha borrado de toda esperanza de salvación. 


[1] Las citas entrecomilladas y en orden pertenecen a W. H. Auden, José Emilio Pacheco, Sangre Azul, Def Lepard.  





El amor desde una voz
Los textos de Natalí Romero Torres son un retrato reconstruido con una masa llamada amor. Un conjunto de escenas del pasado que avanzan aceleradamente en un escenario infestado de espinas, con un personaje masculino multiplicado en distintos maniquís. Un personaje al que ama y odia, al que se ruega y sentencia, al que se añora desde los labios y al que finalmente se busca patear: con furia y maldad.
La voz poética de estos textos es por momentos una voz sumisa que suplica un querer indestructible, un amor proveniente de cuentos de hadas, donde el mayor riesgo es un beso en un aura rosa. Una voz que se eriza desde el contacto inocente de otras manos, que anhela un amor presente e incorruptible.
Pero esta misma voz madura en su recorrido poético, avanza hacia un presente donde no solo sueña con sus dedos entrelazados a otros, sino que también lo hace con la conexión de poros ajenos. De sentir una lengua que no solo sirva para las palabras, sino para otros placeres. Un amor más real al cual conectar en todas sus dimensiones.  
(Fragmentos tomados del prólogo del libro El amor en tacones, Tinta Ácida, 2018)

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