Portada de la novela, publicada por la Casa de la Cultura ecuatoriana. |
¿Puede una obra literaria ser un instrumento de
protesta? ¿Puede ser políticamente incorrecta? ¿Puede alterar a ciertos
sectores del poder? ¿Puede, por lo menos, ser una idea gangrenosa dentro del
lector? ¿Puede, debe?
Estructura de la
plegaria (CCE, 2018) de DiegoMaenza (Ecuador, 1987) es una novela para alterar el orden, para decirle al
lector que las cosas no están bien, que cierta gente, cierto poder, sigue
haciendo de las suyas; que un sin número de sujetos continúan sometiendo,
gozando, ultrajando… en nombre de alguien (o una idea pervertida y escudada a
conveniencia).
Que lo normalizado reposa sobre un territorio violentado
a cada momento; que las reglas han fracasado ante la trampa de quien las crea;
que la apariencia es un arma de doble filo; que la fe es un alegato para
retener, engullir y desechar.
Persiste, en sus personajes protagonistas, la excusa
de que la tentación del otro es la culpable de las distintas situaciones donde
los instintos, el deseo, la hambruna carnal, la malicia en su mayor desarrollo,
logran materializarse.
El cristianismo, desde un sacerdote y una monja, dos
historias atravesadas por el secreto, por el sufrimiento de no reconocerse en
sus “pecados”, en negarse a una realidad que les va diciendo, cada vez más
fuerte, que son débiles ante la aceptación de sus decisiones erradas.
Estructura de la
plegaria no es un panfleto, ni
reprimenda, menos un discurso solapado de “buenas costumbres”; en sus páginas
hay historias entrelazadas, marcadas por el miedo, reducidas a una contemplación
absurda, a una tradición de acciones que se repiten como si se tratase de un
guión mórbido y complaciente.
Los personajes son solo meras figurillas puestas en la
trama para ahondar en un mensaje constante y perturbador: alguien está siempre
sobre otro; alguien que sentencia con ideas condicionadas a su beneficio.
Y es que en el “pueblo chico, infierno grande” donde
aterriza esta historia (muy similar a las que suceden casi a diario en
distintos espacios) sus personajes se miran y juzgan, contemplan y delatan, se
desnudan y violentan.
Maenza ha escrito una novela que estremece, indigna, y
por ratos enferma. Una novela precisa para estos días.
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