Padre
es el que cría, no el que engendra. Después del lugar común de la frase, se puede
aterrizar Las tres hijas (2023, Azazel Jacobs) un drama que pone en
escena a tres hijas (y la palabra tiene peso dentro de la trama) atentas a los
días agónicos de su padre: el hombre que engendró a dos y que crió a otra. El hombre
que enviudó dos veces. El hombre que, postrado sobre una cama, desahuciado por
los doctores, espera el final de su existencia.
Las
tres hijas deben lidiar con la muerte inminente de su padre, también con las
fisuras que la convivencia entre ellas, ahora como mujeres adultas, deja ver:
la lejanía y prioridad de sus propias familias e hijos. La responsabilidad del
cuidado paterno que parece solo un compromiso más social que amoroso. Por eso Rachel,
la hermana que no es de sangre, la hija que ganó un padre y al que ha cuidado
todos los años en que su salud se quebrantó, es la que sobresale como foco de
atención. Y con ella aparecen lecciones claves dentro de la historia: dejar que
las otras también aporten desde el amor e interés que pregonan, porque ¿de qué
sirve decir que se ama a un padre si no existe la acción que lo demuestre?
Las
tres hijas es un film que todo hijo debe confrontar, porque lo
incómodo de la historia es reflejar la indiferencia, la poca empatía, el
desinterés por el otro que se filtra y sacude al espectador. Porque padre no es
el que engendra, es el que cría. Y también hija no solo es la engendrada,
también la criada, que reconoce la reciprocidad moral que tiene sin que nadie
le acentúe su responsabilidad.
El
final surrealista es un cierre enternecedor. El sueño de premuerte para
apaciguar a las hijas y curar las heridas del pasado. Porque ese padre, hasta
en su peor momento, logra su objetivo paternal: la conciliación entre las
suyas.
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