sábado, 12 de febrero de 2022

El efecto de la antimateria


 

Una canción, ciento de canciones. Una idea que al principio está clara y brillante y luego, con los minutos se va volviendo borrosa hasta extinguirse. En las mañanas, antes de que el sol arremeta contra la puerta y la ventana y me alcance su incandescencia, pienso en que es la hora, que el momento es el adecuado, porque habita el silencio, porque nadie más alrededor susurra sus melodías personales y distractoras.

Una canción, cientos de canciones. Melodías que han ambientado cada madrugada durante varios años. Ritmos desesperantes para todos, menos para el oyente asiduo. Un conjunto de sonoridades que arrastran al pasado, que hablan de todas las pérdidas, de la redención que no llega. Un escenario que se ha buscado con ansia, porque desde ahí se trabaja, porque ese es el telón de fondo que no se anhela cambiar.   

Una canción, cientos de canciones. Un teclado que soporta el arrebato enfurecido y desesperante, el ritmo caótico de una metralleta que va estampando y perforando una página en la pantalla, que va dejando una herida de oraciones incoherentes, de frases que no tienen sentido, de palabras que se van juntando con el propósito de un manifiesto personal que es algo así como la traducción de la canción de turno.

Una canción, cientos de canciones, o el efecto de Antimatter.  


 

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