sábado, 26 de febrero de 2022

Los editores tienen problemas complejos


 

Trabajadores de la cultura. Condiciones y perspectivas enEcuador (Uartes ediciones, 2021) editado por Pablo Cardoso y escrito por más de una docena y media de autores, es y debe ser un libro de obligada lectura para todo artista y aquel involucrado en la gestión cultural en el país. Una investigación que explora, ahonda y ofrece resultados de la situación actual en las distintas manifestaciones artísticas y la precariedad laboral de sus actores.

Cuatro ejes, con sus divisiones respectivas, se analizan: arte y educación; derechos sociales, culturales, laborales; economías creativas: realidades y posibilidades; y, una aproximación sectorial: el ecosistema libro.

En este último punto, se aborda la importancia de los Tambos de lectura como parte del Plan Nacional de Promoción del Libro y la Lectura José de la Cuadra; las bibliotecas en Quito; y, las editoriales independientes en el país.

El análisis, respecto a las editoriales independientes en Ecuador, toma como muestra a editoriales procedentes en su mayoría de Quito, una en Cuenca y dos en Guayaquil, sin embargo, los proyectos editoriales en el país alcanzan a más ciudades del territorio que no han tenido una mayor tradición en la edición, publicación y visibilización de sus productos.

Es acertado lo que argumenta Damián de la Torre, cuando enfoca la precarización de estas editoriales, de la necesidad del pluriempleo de sus editores —porque el editar y publicar libros en el país no es un trabajo del que se pueda vivir mes a mes—, la urgencia para que el estado, mediante las bibliotecas públicas, retome la compra de libros a los sellos, entre otros temas necesarios de abordar.

Solo en Manta existen 7 editoriales (seis independientes y una universitaria), de las cuales solos tres tienen presencia en su ciudad, provincia y a nivel nacional (sin considerar a los muchos “autores editores” que registran anualmente sus publicaciones en la Cámara ecuatoriana del libro). Estos editores tienen problemas más complejos, porque no solo lidian con el pluriempleo, también con la lucha constante para que los libros de sus sellos intenten llegar a librerías independientes o de cadenas (una situación que parece denotar un problema de regionalismo e invisibilización adrede), los altos costos de impresión e insumos (el papel bond ahuesado escasea y las pocas imprentas que aún tienen reservas han duplicado sus costos) y una insipiente difusión de los medios de comunicación (muchos de ellos sin periodistas especializados en cultura que puedan abordar temas literarios o académicos).

Es un tema que siempre está presente en las ferias de libros y dentro de la agenda de los editores: plantear y desarrollar alternativas que beneficien al sector editorial en el país. Es cierto que el gobierno abrió concursos de incentivos económicos para proyectos editoriales, pero también es cierto que muchos de los favorecidos siguen concentrándose en provincias específicas.

Hay impotencia y rabia cuando se reconoce las condiciones en las que se trabaja, pero más allá de esto, está latente el objetivo con el que se empezó un proyecto editorial, esa posibilidad de compartir textos que el editor (desde su condición y convicción de lector) decidió convertir en libros para que otros intentaran conectar como él lo hizo. Si eso no es una razón que motive a continuar a pesar de todo en contra, tal vez el camino elegido no fue el correcto.

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