sábado, 20 de noviembre de 2021

Arder

El crimen organizado ha logrado empoderarse porque ha sabido instaurarse desde el miedo. El recurso de la violencia física y psicológica como estrategias de poder sobre el otro; con actos sanguinarios y reiterativos a los que el mismo Estado y sus fuerzas del “orden” parecen no controlar. Y en este estado de terror los agresores, dentro de la figura de “protección”, dominan.

Por eso, películas como Noche de fuego (2021) no resultan indiferentes a otras realidades de países que comparten los mismos problemas de seguridad y violencia. Aquellas naciones donde la presencia de grupos delictivos controla a su antojo determinados espacios geográficos y pobladores. Y en este panorama no se puede esperar ningún beneficio para los sometidos, salvo el privilegio de sobrevivir si se accede a las imposiciones y antojos.


 

Noche de fuego detalla una realidad particular: la protección del dominante (porque no hay más alternativa) que se ha “ganado” el poblado, trabajar campos de amapola, reconocer que la pobreza es la causante de la migración de hombres a la ciudad en busca de trabajo, aceptar que ni los militares pueden hacerles frente a sus apoderados; sin embargo, es también una historia para reconocer un atisbo de rebeldía ante la negativa de las madres de “entregar” a sus niñas (13-14 años) para un festín de violación, y en este acto hay una luz al final de un film que perturba y enfurece, porque describe una realidad que existe más allá de la ficción.   

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