sábado, 3 de julio de 2021

El rol de un librero

 

Helene Hanff.

Las librerías en mi ciudad no tenían ningún parecido (a mediados de los noventa) a las que había conocido en películas. Desdeñadas y en la ruina, y más cercanas a simples papelerías, así fue la primera en la que ingresé. Con una cantidad de títulos que no superaban los cien y siempre en “remate”, porque no existían lectores interesados, o eran el vestigio de un tiempo —y lectores— que ya no regresaría. En esos “remates” encontré algunos de los clásicos que todavía conservo.

Cuando abrió Librería Científica pasé muchas horas revisando sus estantes, buscando títulos que se ajustaran tanto a mi gusto como recursos. Siempre compraba algo, y también me gastaba en conversaciones con el ¿librero? que la atendía. Una relación menos cercana tuve en librería Sagitario, donde frecuenté y encontré títulos que me llevé a casa como un verdadero tesoro. En Librimundi poco fue el nexo que logré, pero alcancé a conocer su propuesta en la ciudad.

Edición conmemorativa de Anagrama.

Luego vendría el librero independiente que me proveyó de títulos de segunda mano, joyas maltratadas que acogí como cachorros heridos y salvé en mi biblioteca que empezaba a estorbar en casa. Si bien la llegada —casi dos décadas después— de Mr. Books en la ciudad arrasó con los libreros y proyectos independientes, logró, en lo personal, mi cercanía con otros lectores/libreros con quienes disfrutaba dialogando en torno a varios temas. También, desde ahí, y como proyecto independiente surgió Entrelibros, una librería que cuenta con una librera como pocos en la ciudad: una profesional capaz de orientar a sus lectores y sobre todo con quien se puede dialogar de libros.  

Todo lo anterior ha sido el antecedente para referirme a 84, Charing Cross Road (1970) de Helene Hanff, esa obra epistolar donde una lectora-escritora se cartea con su librero por 20 años; una correspondencia para entender el papel de un librero siempre atento a las necesidades de su lector. Si todos los libreros tuvieran el mismo tino que denota Frank Doel, el mundo —por lo menos de quienes aún sienten la emoción de un libro entre sus manos— fuera mejor.   

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