miércoles, 21 de julio de 2021

Culpable


 

Uno cree que sus movimientos no son de interés de otros, que sus palabras y juicios pasan desapercibidos, que sus gestos son reconocidos en pocos, pero lo cierto es que un ojo espía nos sigue y está al corriente de cada una de nuestras acciones, decires y posturas. Un ojo que recoge cada palabra y oración; cada fotografía e imagen; cada vínculo al que uno demuestra simpatía.

A veces somos culpables ante el juicio preconcebido del otro, un argumento basado en lo que se ve, en eso que vamos proyectando con nuestras publicaciones, comentarios y bromas. Culpables de eso que tal vez no logra concretarse como una falta, y, sin embargo, la es, porque solo basta una idea, una postura, para delatar la resistencia, para vendernos al ojo que todo abarca.

En El Proceso (1925) a Joseph K. se le informa que se encuentra procesado por algo que ha cometido, ese algo que nunca se explica qué es, ese algo que va deteriorando al sujeto siempre impotente ante la Ley enmarañada que se le muestra. Ahí, en ese entorno sofocante, complejo y absurdo, donde el ojo multiplicado está detrás de él, cada palabra, oración, juicio crítico, afiliación…es usada en contra.     

El ojo nunca descansa, y es solo el derrotero del cuerpo señalado el que anuncia el fin del interés. A veces el ojo, regocijado en su objetivo cumplido, sonríe satisfecho; en ocasiones, una estaca corta el acceso al daño. Mientras, el cuerpo piensa en la invisibilidad ante el ojo.

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